<< Disculpe mi sargento —dijo Juliett
con voz temblorosa—.
—Que quiere soldado, no es un buen momento
para hablar. ¡Qué está haciendo? Maldita sea coja ese fusil, levántese y cubra
a sus compañeros.
—De eso quería hablarle mi sargento, tengo
miedo señor.>>
Aquel soldado nunca había destacado mucho
por sus actos, era callado, siempre entregado a sus pensamientos y siempre
victima de lo que ellos conseguían hacer de él.
Se alistó en el ejército por su amada.
Amaba y odiaba al mismo tiempo, y lo único que podía hacer para lidiar contra
tal lucha, era luchar de verdad. Luchar por encontrar o crear algún tipo de
paz. Algo que le concediese el perdón que tanto ansiaba y por el que moría día
a día. Aunque se forzaba a no creerlo, estaba allí porque necesitaba huir para
no volver a todo lo que su vida le ofrecía.
Carecía de cualquier tipo de sentimiento patriota. Conocía la situación,
sabia que había que hacer algo, sabia que el mundo podía ser un lugar bello,
pero aun así, su principal interés era hacer algo correcto antes de irse. No
estaba allí para lograr medallas que lucir ante su gente como algunos de sus
familiares, no deseaba nada de eso, de hecho, todo le daba miedo. Cualquier
tipo de sonido o ruido salvaje que se escuchaba en mitad de la noche le
desvelaba. Lo único que deseaba, era volver a alguna casa y llorar porque ni
tenia un hogar al que volver ni podía encontrar un fin en el que morir sin que
eso le diese miedo.
Todo le aterraba, pero aun así, debía
enfrentarse a todo aquello a lo que sus superiores le ordenasen. Sin embargo,
en esta situación, lo único que tenia en mente era lo que allí estaba
ocurriendo. No podía quitarse de la cabeza las miles de imágenes de
compatriotas, mucho mejor preparados que él, cayendo nada mas alzar su cuerpo
para iniciar la marcha contra los denominados “Charlies”. Sabía que no podía
expresar su miedo ni acobardarse con tanto honor desbordado por todas partes.
Lo único que podía ver era como un puñado de jóvenes, armados solo con un fusil
y algunas granadas en el cinturón, corrían hacia la muerte. Como se derramaba
sangre por todos los rincones del terreno tintando cualquier rio que por allí
circulase. Sabia que nunca se perdonaría no ir en su ayuda y eso le sorprendía,
él nunca fue patriota ni se intereso por otra persona que no fuese su amada.
Era demasiado para él pero aun así sabia
que no podía abandonar y era consciente de lo que le acababa de decir a su
sargento.
<<¿Miedo? —Preguntó con una mezcla de
sorpresa y exaltación el veterano sargento de primera apodado como Foxtrot —,
¿Miedo dices? Dime chico, ¿Crees que yo tengo miedo?
— No lo sé señor —respondió Juliett con la
voz más temblorosa aun—. Creo que ahí fuera puede morir y creo que si no
tuviese miedo habría perdido la verdadera idea de lo que supone vivir
señor.>>
Por un instante no pudo creer lo que había
dicho. Sentía, sin saber exactamente porqué, que aquello podía constituir una
ofensa para el sargento.
El sargento siempre fue considerado como un
hombre duro, firme y sin miedo a nada. Nadie pisaba tierra hasta que él no
había inspeccionado la zona y la había librado de lo que en ella pudiese haber.
No tenia reparos a la hora de sacar su arma y disparar contra todo aquello que
atentara contra la seguridad del ejército y la patria a la que servía, tal y
como él siempre pregonaba. Era un hombre al que le excitaba la sensación que le
producía el ejecutar una defensa contra un ataque, una condena, o en general,
cualquier tipo de acción que le permitiese actuar severamente contra lo
inmoral. Era notablemente radical pero justo.
Juliett sabía que decirle lo que le había
dicho a su sargento, un hombre al que temía hasta el propio miedo, no era del
todo correcto si valoraba su vida. Sin embargo, pensó que ya que iba a morir
junto a sus compañeros, por lo menos
morir diciendo lo que pensaba.
En ese momento, el sargento, que estaba a
diez o quince metros de distancia, cogió su fusil, se puso de pie, y caminó
lenta y sosegadamente hacia él mientras las balas jugaban a silbar a su
alrededor. Según lo hacía, algunos de los compañeros de Juliett le aconsejaban
al sargento que se agachase y fuese a gatas. Algunos incluso comenzaron a alzarse
para abrir fuego contra los Charlies e intentar desviar la atención para que el
sargento no resultase herido.
Cuando el sargento llegó a la posición de
Juliett se paró y se quedó frente a él. Mirándole fijamente con esos profundos
ojos azules ya cansados producto de los años de duro trabajo. Juliett,
nervioso, le miro fijamente mientras notaba como el resto de sus compañeros se
ponían cada vez más y más tensos.
<<¿Qué hace mi sargento? —Preguntó
exaltado Juliett—, ¿no se da cuenta de que puede resultar herido?
— ¿Y que pasaría si eso ocurriese? —El tono
del sargento parecía cansado—, ¿Qué pasaría si alguna de las balas que me
rozan, acertasen?
— ¡Por el amor de Dios Foxtrot, haga el
favor de agacharse! —Cada vez se sentía mas sorprendido de sus reacciones.
Siempre supo que no tenía mucha paciencia, pero lo que no conocía de si mismo
era que su paciencia podía ser tan limitada como para darle una orden a su superior—
—Relájese soldado, relájese. Nuestra hora
llegó cuando alguno de esos chupatintas que deciden el futuro de los hombres
creyó oportuno que esta guerra tenía sentido —Respondió suavemente el sargento
mientras se agachaba y se acomodaba junto a Juliett tranquilamente—. Dime
soldado, ¿Por qué lucha usted?>>
En ese momento, Juliett miró rápidamente
hacia sus compañeros, los cuales le miraban fijamente con una mezcla de intriga
y sorpresa por la situación que estaban presenciando. Juliett sabia claramente cual
era su razón para estar ahí, sin embargo, era demasiado personal como para
compartirlas con el sargento y sobre todo con sus compañeros.
La mayoría de los soldados que le rodeaban
eran hijos de militares que a su vez tenían ascendencia militar. Los que no
tenían familia, iban en busca de una a la que servir y con la que compartir los
últimos minutos de vida. Otros muchos, simplemente, odiaban y necesitaban dar
rienda suelta a sus pasiones. ¿Cómo podía él decir que lo que le había llevado
a eso era el amor?
<<Amor, mi sargento.
—¿Amor? —El sargento se asombró de su
respuesta—, ¿Cómo algo tan bello te ha podido traer a un lugar como este?
—No lo sé señor. Vine aquí con unos
ideales, y ahora me encuentro perdido en medio de la nada que yo mismo he
creado.>>
El sargento cada vez parecía más y más
sorprendido de las respuestas del introvertido soldado Juliett
<<¿Amor por qué?
—Amor por la persona a la que amo.
—Disculpe soldado, pero, ¿Su esposa no
murió antes de que usted se alistase?
—Si señor —El tono de Juliett cada vez era
mas oscuro y apagado—. Por eso estoy aquí, por amor.
—¿Cree usted joven, que viniendo aquí va a
encontrar la cura a ese dolor que siente? ¿Cree que la muerte le hará recuperar
a su esposa?, ¿Cree que la muerte le llevará a ella?
—Ahora mismo no se ni quien soy señor. No
tengo nada claro. Me alisté para luchar por una causa. Para luchar por la paz y
morir dejando algo bello. Me alisté para no morir en vano. No quiero seguir
caminando pues ya nada me ata a un suelo sobre el que caminar, pero tampoco me
quiero ir habiendo fracasado y sin nada.
Sin embargo, ahora tengo miedo. Ahora no
estoy seguro de que ningún tipo de lucha que libre aquí vaya a servir para
algo. El mundo está corrupto y los bosques por los que hoy morimos, jamás
volverán a florecer. Las vidas que hoy se apagan, nunca volverán a brillar. El
silencio que poco a poco creamos con la devastación con la que firmamos
nuestras vidas, jamás dejará el lugar en el que nace. Mi única pregunta ahora
es, ¿Qué hago con mi vida si no tengo ni una cama sobre la que dormir, ni una
causa por la que luchar? ¿Qué hago si no tengo ganas ni de vivir, ni de
morir?>>
El sargento le miró fijamente, era curioso
como en plena guerra alguien podía encontrar tiempo para esa clase de
sentimientos. Miró al resto de los soldados que le rodeaba y a continuación
miró al suelo. Extendió la mano y cogió algo de tierra, y la dejó escapar entre
sus dedos. Después de esto, con la misma mano, arranco una de las pocas flores
que quedaban intactas por la zona.
<<Dime soldado, ¿Cuánta vida crees
que le quedaba a esta flor?
— No lo se señor, supongo que no mucho
teniendo en cuenta la escena.
— Soldado, todo ser vivo nace y muere.
Todos y sin excepción. Esta flor tuvo la desgracia de vivir en un plano en el
que lo único que podía encontrar era destrucción. Sin embargo, piense, con sus
actos usted ha cambiado el destino de esta flor. ¿Qué piensa o siente si le
digo que esta flor ha pasado de morir aplastada por cualquiera de nosotros, a
morir arrancada por las manos de uno de los que esta destruyendo su hogar para
explicar la belleza que tiene aun antes de morir?
— No lo se señor. No se muy bien como
afrontar las preguntas que me hace. A mí, el nuevo destino de esa flor me evoca
belleza.
— No cree saber responder, pero lo esta
haciendo y bastante acertadamente —Dijo el sargento con una pequeña sonrisa
dibujada en el rostro—. Y, ¿Por qué belleza?
— Me parece irónico que en medio de una
guerra, usted hable de la vida de una flor. Es una flor bonita y aunque ahora
solo huelo a pólvora y muerte, estoy seguro de que esa flor huele como un
amanecer en paz y armonía. A mí, esta situación me parece bella.
— Le contare una historia soldado. ¿Ve
aquel árbol de allí? —Le pregunta el sargento mientras señalaba con su negruzco
dedo un árbol solitario y encorvado en medio de una llanura— ¿el que está junto
nuestros colegas del cuarto regimiento?, ¿puede verlo?
—Creo que si sargento.
— Hace ya muchos años vine aquí con la que
por aquel entonces era mi mejor amiga y mi futura esposa.
— ¿Aquí mi sargento? —Se pregunto que le relacionaría
al sargento con ese lugar, territorio enemigo desde hacía mucho tiempo. Pensó
que lo mejor era no preguntar por la relación por como se lo pudiese tomar—, ¿a
cuanto está esto de su hogar mi sargento?
— Está a mucha distancia soldado, escuche
mi historia y lo entenderá todo.
— Lo siento seño, continúe.
— Lo cierto es que por aquel entonces yo ya
estaba completamente enamorado de ella y ella de mí, sin embargo, yo, por aquel
entonces no era más que un chiquillo de tu edad, no supe verlo. Aparqué un Ford
Eifel que alquilé con el poco dinero que me dejó mi padre a su muerte. Llevábamos
comida, un mantel, bebida, cubiertos, platos, vasos y servilletas en una
preciosa cesta de mimbre con unos lazos de cuadros blancos, rojos y rosas.
Como te digo, aparqué el coche, me baje y
la abrí la puerta. Ella salió del coche y se sacudió un poco, y se giro hacia mí.
Oh, Dios mio muchacho, jamás había visto tanta belleza junta. Era primavera y
hacia sol, pero un sol agradable, un sol que iluminaba todo cuanto había a
nuestro alrededor pero sin elevar demasiado la temperatura. Había un agradable
frescor en el ambiente y encima corría algo de brisa. Era todo perfecto.
Yo estaba bastante nervioso, mis orígenes son
humildes y procuraba ser correcto a la hora de comer y a la hora de tratarla.
Estaba tan preocupado por hacerlo todo perfecto, que cuando ella me contaba las
pequeñas cosas de su día a día, yo no conseguía escucharlas todas. Estaba
luchando por no perderme en su belleza, por atenderla como se merecía, y
escuchar todo aquello que me contaba.
Comimos tranquilamente, al menos ella y el
paisaje lo estaban. Comimos y al acabar, saque un pedazo de tarta que se empeñó
en comprar al verlo en un escaparate de una tienda cercana al lugar donde
alquilé el coche. Cuando terminamos de comerlo, me tumbé en el suelo y ella me
miró con una sonrisa en la cara y me dijo “que cómodo estas tu no?”, a lo que
la respondí “Túmbate junto a mi y disfrutemos de las vistas”. Y así lo hizo. En
ese momento yo era feliz soldado. Estaba con la persona a la que amaba,
disfrutando del más bello de los paisajes que jamás haya podido contemplar y escuchando
su voz y su respiración en todo momento.
De golpe, la di las gracias. Sentía que
tenía mucho que agradecerla y aunque sabía que no debía hacerlo, puesto que no tenía
nada que agradecer ya que su comportamiento era el de una simple amiga, aun así
lo hice. Claro está, ella me preguntó que porque la daba las daba las gracias,
a lo que yo no supe que contestar.
En ese momento, se incorporó, se sentó
sobre mi vientre, y con su habitual sonrisa cincelada sobre su rostro me dijo “te
amo”. Soldado, en ese momento me hice inmortal.
Me quedé pensativo unos segundos, y la
besé. Soldado, jamás he visto nada tan bello como ella en ese momento. Su
melena brillaba y sobre su cara se dibujaba en forma de sombras las hojas de los
arboles que jugaban con la luz del sol. ¿Sabe que hicimos después soldado?
— No, señor.
— Recogimos todo, nos subimos en el coche,
fuimos a la iglesia más cercana y nos casamos.
— No sabe cuanto me alegro por usted señor.
¿Por qué me ha contado esta historia?
— Mi esposa murió un año y medio mas tarde
de que nos casásemos muchacho, y con este, hace veintiséis años que no la veo. Antes
preguntaste que a cuanto estaba mi hogar de este lugar, y yo te contesto que
está a muchísimos kilómetros y que yo nunca habría podido llegar hasta aquí y
menos acompañado. Efectivamente ni mi esposa ni yo estuvimos nunca aquí, este
territorio es territorio enemigo desde hace muchos años. La historia que te he
contado sucedió exactamente igual solo que en otro lugar a unos cuantos cientos
de quilómetros de nuestras respectivas casas. Pero soldado, piensa si sería
posible que lo mismo que me ocurrió a mí en aquel árbol, le hubiese podido
ocurrir a alguno de los nativos de esta zona en aquella época en la que lo único
que había aquí era paz.
— Supongo que sí.
— Yo creo que sí. Soldado, cuando no te
queda nada, lo mejor y lo único que puedes hacer es morir en paz. Y si no
encuentras esa paz, la creas. Es posible que no obtengas nada a cambio, es
posible que ni si quiera obtengas el gratificante sentimiento de saber que has
hecho algo bien, pero aun así, debes actuar siempre correctamente. ¿Crees que
estamos aquí principalmente para salvarles la vida a los nativos que están muriendo?
Eso es caridad y una de las razones de por las que estamos aquí, pero no la
principal. A mi parecer, la principal razón de estar hoy muriendo por gente que
ni conocemos, es la de terminar con esta guerra para darle a los que vengan y
vivan aquí en un futuro, la oportunidad de vivir una vida saboreando toda su
belleza.
En ocasiones el dolor nubla nuestro juicio.
En ocasiones el dolor se acentúa cuando descubres que por mucho que hagas,
nadie ni nada te concederá un segundo de alivio.
En ocasiones el dolor puede incluso llegar a
hacer que no desees continuar. Pero aun así, siempre has de irte intentando dejar
el mundo de la mejor forma posible dentro de lo que esté en tu mano.
¿Por qué crees que lucho? ¿Por defender mí
patria? Eso es lo que yo consigo hacer que creáis. ¿Quieres que te cuente un
secreto muchacho?
— Por supuesto mi sargento.
— La vida me arrebató lo único que amaba en este
mundo. Mientras me queden fuerzas, yo lucharé para que nada mas que la vida
pueda arrebatarle a alguien aquello a lo que ame.>>