jueves, 23 de agosto de 2012

Polvo bajo el sol


<< Disculpe mi sargento —dijo Juliett con voz temblorosa—.
—Que quiere soldado, no es un buen momento para hablar. ¡Qué está haciendo? Maldita sea coja ese fusil, levántese y cubra a sus compañeros.
—De eso quería hablarle mi sargento, tengo miedo señor.>>

Aquel soldado nunca había destacado mucho por sus actos, era callado, siempre entregado a sus pensamientos y siempre victima de lo que ellos conseguían hacer de él.
Se alistó en el ejército por su amada. Amaba y odiaba al mismo tiempo, y lo único que podía hacer para lidiar contra tal lucha, era luchar de verdad. Luchar por encontrar o crear algún tipo de paz. Algo que le concediese el perdón que tanto ansiaba y por el que moría día a día. Aunque se forzaba a no creerlo, estaba allí porque necesitaba huir para no volver a todo lo que su vida le ofrecía.  Carecía de cualquier tipo de sentimiento patriota. Conocía la situación, sabia que había que hacer algo, sabia que el mundo podía ser un lugar bello, pero aun así, su principal interés era hacer algo correcto antes de irse. No estaba allí para lograr medallas que lucir ante su gente como algunos de sus familiares, no deseaba nada de eso, de hecho, todo le daba miedo. Cualquier tipo de sonido o ruido salvaje que se escuchaba en mitad de la noche le desvelaba. Lo único que deseaba, era volver a alguna casa y llorar porque ni tenia un hogar al que volver ni podía encontrar un fin en el que morir sin que eso le diese miedo.
Todo le aterraba, pero aun así, debía enfrentarse a todo aquello a lo que sus superiores le ordenasen. Sin embargo, en esta situación, lo único que tenia en mente era lo que allí estaba ocurriendo. No podía quitarse de la cabeza las miles de imágenes de compatriotas, mucho mejor preparados que él, cayendo nada mas alzar su cuerpo para iniciar la marcha contra los denominados “Charlies”. Sabía que no podía expresar su miedo ni acobardarse con tanto honor desbordado por todas partes. Lo único que podía ver era como un puñado de jóvenes, armados solo con un fusil y algunas granadas en el cinturón, corrían hacia la muerte. Como se derramaba sangre por todos los rincones del terreno tintando cualquier rio que por allí circulase. Sabia que nunca se perdonaría no ir en su ayuda y eso le sorprendía, él nunca fue patriota ni se intereso por otra persona que no fuese su amada.
Era demasiado para él pero aun así sabia que no podía abandonar y era consciente de lo que le acababa de decir a su sargento.

<<¿Miedo? —Preguntó con una mezcla de sorpresa y exaltación el veterano sargento de primera apodado como Foxtrot —, ¿Miedo dices? Dime chico, ¿Crees que yo tengo miedo?
— No lo sé señor —respondió Juliett con la voz más temblorosa aun—. Creo que ahí fuera puede morir y creo que si no tuviese miedo habría perdido la verdadera idea de lo que supone vivir señor.>>

Por un instante no pudo creer lo que había dicho. Sentía, sin saber exactamente porqué, que aquello podía constituir una ofensa para el sargento.
El sargento siempre fue considerado como un hombre duro, firme y sin miedo a nada. Nadie pisaba tierra hasta que él no había inspeccionado la zona y la había librado de lo que en ella pudiese haber. No tenia reparos a la hora de sacar su arma y disparar contra todo aquello que atentara contra la seguridad del ejército y la patria a la que servía, tal y como él siempre pregonaba. Era un hombre al que le excitaba la sensación que le producía el ejecutar una defensa contra un ataque, una condena, o en general, cualquier tipo de acción que le permitiese actuar severamente contra lo inmoral. Era notablemente radical pero justo.
Juliett sabía que decirle lo que le había dicho a su sargento, un hombre al que temía hasta el propio miedo, no era del todo correcto si valoraba su vida. Sin embargo, pensó que ya que iba a morir junto a sus compañeros,  por lo menos morir diciendo lo que pensaba.
En ese momento, el sargento, que estaba a diez o quince metros de distancia, cogió su fusil, se puso de pie, y caminó lenta y sosegadamente hacia él mientras las balas jugaban a silbar a su alrededor. Según lo hacía, algunos de los compañeros de Juliett le aconsejaban al sargento que se agachase y fuese a gatas. Algunos incluso comenzaron a alzarse para abrir fuego contra los Charlies e intentar desviar la atención para que el sargento no resultase herido.
Cuando el sargento llegó a la posición de Juliett se paró y se quedó frente a él. Mirándole fijamente con esos profundos ojos azules ya cansados producto de los años de duro trabajo. Juliett, nervioso, le miro fijamente mientras notaba como el resto de sus compañeros se ponían cada vez más y más tensos.

<<¿Qué hace mi sargento? —Preguntó exaltado Juliett—, ¿no se da cuenta de que puede resultar herido?
— ¿Y que pasaría si eso ocurriese? —El tono del sargento parecía cansado—, ¿Qué pasaría si alguna de las balas que me rozan, acertasen?
— ¡Por el amor de Dios Foxtrot, haga el favor de agacharse! —Cada vez se sentía mas sorprendido de sus reacciones. Siempre supo que no tenía mucha paciencia, pero lo que no conocía de si mismo era que su paciencia podía ser tan limitada como para darle una orden a su superior—
—Relájese soldado, relájese. Nuestra hora llegó cuando alguno de esos chupatintas que deciden el futuro de los hombres creyó oportuno que esta guerra tenía sentido —Respondió suavemente el sargento mientras se agachaba y se acomodaba junto a Juliett tranquilamente—. Dime soldado, ¿Por qué lucha usted?>>

En ese momento, Juliett miró rápidamente hacia sus compañeros, los cuales le miraban fijamente con una mezcla de intriga y sorpresa por la situación que estaban presenciando. Juliett sabia claramente cual era su razón para estar ahí, sin embargo, era demasiado personal como para compartirlas con el sargento y sobre todo con sus compañeros.
La mayoría de los soldados que le rodeaban eran hijos de militares que a su vez tenían ascendencia militar. Los que no tenían familia, iban en busca de una a la que servir y con la que compartir los últimos minutos de vida. Otros muchos, simplemente, odiaban y necesitaban dar rienda suelta a sus pasiones. ¿Cómo podía él decir que lo que le había llevado a eso era el amor?

<<Amor, mi sargento.
—¿Amor? —El sargento se asombró de su respuesta—, ¿Cómo algo tan bello te ha podido traer a un lugar como este?
—No lo sé señor. Vine aquí con unos ideales, y ahora me encuentro perdido en medio de la nada que yo mismo he creado.>>

El sargento cada vez parecía más y más sorprendido de las respuestas del introvertido soldado Juliett

<<¿Amor por qué?
—Amor por la persona a la que amo.
—Disculpe soldado, pero, ¿Su esposa no murió antes de que usted se alistase?
—Si señor —El tono de Juliett cada vez era mas oscuro y apagado—. Por eso estoy aquí, por amor.
—¿Cree usted joven, que viniendo aquí va a encontrar la cura a ese dolor que siente? ¿Cree que la muerte le hará recuperar a su esposa?, ¿Cree que la muerte le llevará a ella?
—Ahora mismo no se ni quien soy señor. No tengo nada claro. Me alisté para luchar por una causa. Para luchar por la paz y morir dejando algo bello. Me alisté para no morir en vano. No quiero seguir caminando pues ya nada me ata a un suelo sobre el que caminar, pero tampoco me quiero ir habiendo fracasado y sin nada.
Sin embargo, ahora tengo miedo. Ahora no estoy seguro de que ningún tipo de lucha que libre aquí vaya a servir para algo. El mundo está corrupto y los bosques por los que hoy morimos, jamás volverán a florecer. Las vidas que hoy se apagan, nunca volverán a brillar. El silencio que poco a poco creamos con la devastación con la que firmamos nuestras vidas, jamás dejará el lugar en el que nace. Mi única pregunta ahora es, ¿Qué hago con mi vida si no tengo ni una cama sobre la que dormir, ni una causa por la que luchar? ¿Qué hago si no tengo ganas ni de vivir, ni de morir?>>

El sargento le miró fijamente, era curioso como en plena guerra alguien podía encontrar tiempo para esa clase de sentimientos. Miró al resto de los soldados que le rodeaba y a continuación miró al suelo. Extendió la mano y cogió algo de tierra, y la dejó escapar entre sus dedos. Después de esto, con la misma mano, arranco una de las pocas flores que quedaban intactas por la zona.

<<Dime soldado, ¿Cuánta vida crees que le quedaba a esta flor?
— No lo se señor, supongo que no mucho teniendo en cuenta la escena.
­— Soldado, todo ser vivo nace y muere. Todos y sin excepción. Esta flor tuvo la desgracia de vivir en un plano en el que lo único que podía encontrar era destrucción. Sin embargo, piense, con sus actos usted ha cambiado el destino de esta flor. ¿Qué piensa o siente si le digo que esta flor ha pasado de morir aplastada por cualquiera de nosotros, a morir arrancada por las manos de uno de los que esta destruyendo su hogar para explicar la belleza que tiene aun antes de morir?
— No lo se señor. No se muy bien como afrontar las preguntas que me hace. A mí, el nuevo destino de esa flor me evoca belleza.
— No cree saber responder, pero lo esta haciendo y bastante acertadamente —Dijo el sargento con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro—. Y, ¿Por qué belleza?
— Me parece irónico que en medio de una guerra, usted hable de la vida de una flor. Es una flor bonita y aunque ahora solo huelo a pólvora y muerte, estoy seguro de que esa flor huele como un amanecer en paz y armonía. A mí, esta situación me parece bella.
— Le contare una historia soldado. ¿Ve aquel árbol de allí? —Le pregunta el sargento mientras señalaba con su negruzco dedo un árbol solitario y encorvado en medio de una llanura— ¿el que está junto nuestros colegas del cuarto regimiento?, ¿puede verlo?
—Creo que si sargento.
— Hace ya muchos años vine aquí con la que por aquel entonces era mi mejor amiga y mi futura esposa.
— ¿Aquí mi sargento? —Se pregunto que le relacionaría al sargento con ese lugar, territorio enemigo desde hacía mucho tiempo. Pensó que lo mejor era no preguntar por la relación por como se lo pudiese tomar—, ¿a cuanto está esto de su hogar mi sargento?
— Está a mucha distancia soldado, escuche mi historia y lo entenderá todo.
— Lo siento seño, continúe.
— Lo cierto es que por aquel entonces yo ya estaba completamente enamorado de ella y ella de mí, sin embargo, yo, por aquel entonces no era más que un chiquillo de tu edad, no supe verlo. Aparqué un Ford Eifel que alquilé con el poco dinero que me dejó mi padre a su muerte. Llevábamos comida, un mantel, bebida, cubiertos, platos, vasos y servilletas en una preciosa cesta de mimbre con unos lazos de cuadros blancos, rojos y rosas.
Como te digo, aparqué el coche, me baje y la abrí la puerta. Ella salió del coche y se sacudió un poco, y se giro hacia mí. Oh, Dios mio muchacho, jamás había visto tanta belleza junta. Era primavera y hacia sol, pero un sol agradable, un sol que iluminaba todo cuanto había a nuestro alrededor pero sin elevar demasiado la temperatura. Había un agradable frescor en el ambiente y encima corría algo de brisa. Era todo perfecto.
Yo estaba bastante nervioso, mis orígenes son humildes y procuraba ser correcto a la hora de comer y a la hora de tratarla. Estaba tan preocupado por hacerlo todo perfecto, que cuando ella me contaba las pequeñas cosas de su día a día, yo no conseguía escucharlas todas. Estaba luchando por no perderme en su belleza, por atenderla como se merecía, y escuchar todo aquello que me contaba.
Comimos tranquilamente, al menos ella y el paisaje lo estaban. Comimos y al acabar, saque un pedazo de tarta que se empeñó en comprar al verlo en un escaparate de una tienda cercana al lugar donde alquilé el coche. Cuando terminamos de comerlo, me tumbé en el suelo y ella me miró con una sonrisa en la cara y me dijo “que cómodo estas tu no?”, a lo que la respondí “Túmbate junto a mi y disfrutemos de las vistas”. Y así lo hizo. En ese momento yo era feliz soldado. Estaba con la persona a la que amaba, disfrutando del más bello de los paisajes que jamás haya podido contemplar y escuchando su voz y su respiración en todo momento.
De golpe, la di las gracias. Sentía que tenía mucho que agradecerla y aunque sabía que no debía hacerlo, puesto que no tenía nada que agradecer ya que su comportamiento era el de una simple amiga, aun así lo hice. Claro está, ella me preguntó que porque la daba las daba las gracias, a lo que yo no supe que contestar.
En ese momento, se incorporó, se sentó sobre mi vientre, y con su habitual sonrisa cincelada sobre su rostro me dijo “te amo”. Soldado, en ese momento me hice inmortal.
Me quedé pensativo unos segundos, y la besé. Soldado, jamás he visto nada tan bello como ella en ese momento. Su melena brillaba y sobre su cara se dibujaba en forma de sombras las hojas de los arboles que jugaban con la luz del sol. ¿Sabe que hicimos después soldado?
— No, señor.
— Recogimos todo, nos subimos en el coche, fuimos a la iglesia más cercana y nos casamos.
— No sabe cuanto me alegro por usted señor. ¿Por qué me ha contado esta historia?
— Mi esposa murió un año y medio mas tarde de que nos casásemos muchacho, y con este, hace veintiséis años que no la veo. Antes preguntaste que a cuanto estaba mi hogar de este lugar, y yo te contesto que está a muchísimos kilómetros y que yo nunca habría podido llegar hasta aquí y menos acompañado. Efectivamente ni mi esposa ni yo estuvimos nunca aquí, este territorio es territorio enemigo desde hace muchos años. La historia que te he contado sucedió exactamente igual solo que en otro lugar a unos cuantos cientos de quilómetros de nuestras respectivas casas. Pero soldado, piensa si sería posible que lo mismo que me ocurrió a mí en aquel árbol, le hubiese podido ocurrir a alguno de los nativos de esta zona en aquella época en la que lo único que había aquí era paz.
— Supongo que sí.
— Yo creo que sí. Soldado, cuando no te queda nada, lo mejor y lo único que puedes hacer es morir en paz. Y si no encuentras esa paz, la creas. Es posible que no obtengas nada a cambio, es posible que ni si quiera obtengas el gratificante sentimiento de saber que has hecho algo bien, pero aun así, debes actuar siempre correctamente. ¿Crees que estamos aquí principalmente para salvarles la vida a los nativos que están muriendo? Eso es caridad y una de las razones de por las que estamos aquí, pero no la principal. A mi parecer, la principal razón de estar hoy muriendo por gente que ni conocemos, es la de terminar con esta guerra para darle a los que vengan y vivan aquí en un futuro, la oportunidad de vivir una vida saboreando toda su belleza.
En ocasiones el dolor nubla nuestro juicio. En ocasiones el dolor se acentúa cuando descubres que por mucho que hagas, nadie ni nada te concederá un segundo de alivio.
En ocasiones el dolor puede incluso llegar a hacer que no desees continuar. Pero aun así, siempre has de irte intentando dejar el mundo de la mejor forma posible dentro de lo que esté en tu mano.
¿Por qué crees que lucho? ¿Por defender mí patria? Eso es lo que yo consigo hacer que creáis. ¿Quieres que te cuente un secreto muchacho?
— Por supuesto mi sargento.
— La vida me arrebató lo único que amaba en este mundo. Mientras me queden fuerzas, yo lucharé para que nada mas que la vida pueda arrebatarle a alguien aquello a lo que ame.>>