Exhalar un débil suspiro rogando que sea el último. Perderse
en el aire soñando con el fin. Acudir a su llamada al son de los tambores que
marcan el paso al pelotón de fusilamiento.
Abrir los ojos y contemplar la lejanía
del amanecer. Sauce centenario, frondoso
y hueco, inmóvil testigo del tiempo. Niñez perdida en el roce de lo eterno.
Perenne hogar de blancas calas.