En ese momento Juliett se quedo pensativo, sin saber que
hacer, sin saber que decir y sin ganas de nada. Las palabras de Foxtrot resumían
su vida y su forma de pensar, y aunque se alistó justamente para obtener el
mismo fin que su sargento, Juliett no compartía su idea de obtener la paz que
buscaba por medio de la violencia. Es cierto que en ocasiones la única forma de
dejarles algo de paz a nuestros seres queridos, e incluso a aquellos que no
conoces, es la acción, sin embargo, la vida para Juliett era demasiado bella
como para ensuciarla de tal forma.
Ahora se encontraba ahí tirado, rodeado de arena mezclada
con sangre, de casquillos de bala y de compañeros a los que ni conocía y por
los que debía dar la vida. Todos asustados y rezando por no ser ellos los siguientes
en morir. Deseando, todos, salir de esa improvisada trinchera que hizo alguna
granada en algún momento.
Cuanto mas miraba a su alrededor mas se daba cuenta de que
por mucho que lo intentaba no conseguía descubrir que hacía ahí. Tenía una
mezcla de odio y de paz en su interior que no lograba dominar. En ocasiones no podía
controlar la ira que le ocasionaba todo ese dolor almacenado y que tanto
desgarraba su ser segundo a segundo. Cada cierto tiempo, alguna imagen de su
pasado más doloroso resucitaba en su mente y le hundía hasta no tener fuerzas más
que para hacer latir su corazón. En ocasiones, algo de su presente le evocaba algún
recuerdo de su pasada y ya muerta vida, o simplemente, todo aquello que aun no había
superado ganaba la batalla que libraba contra el mundo cada día. Cuando era ese
sentimiento el que le dominaba, Juliett era el odio en persona. En esas
situaciones daba igual quien intentase frenar sus actos, la vida le trataba
como a un perro de presa entrenado para cazar y el cazaba odiando.
Otras veces, por el contrario, se hacía inmortal. Se volvía
frio como el hielo y nada podía afectarle. Se dejaba dominar por la paz que en
ciertas ocasiones se le presentaba. En esas situaciones llegaba a perdonar a
todo aquel que le hizo daño, e incluso, se llegaba a perdonar a si mismo. En
esos momentos bajaba hasta el propio infierno si con eso conseguía ayudar a los
demás. Se hacía mejor persona y conseguía obviar su pasado para poder volver a
amar. No buscaba grandes cosas, cualquier cosa era digna de admiración y de ser
querida.
En este momento Juliett se sentía a si mismo de ambas formas.
Sin embargo, ahora, gracias en parte a las palabras de su sargento, ahora sabía
que la única forma de obrar era la segunda por mucho que le dominase la
primera. Ahora sabía que el dolor es algo de lo que nunca se podría separar, y
que no debía dominarle. Que el error reside en no respetar la memoria de lo que
murió, permitiendo que nuestro pesar se adueñe de nuestra frágil alma y la guíe
a través de el camino de la destrucción. Pues el mero hecho de atentar contra
lo que un día fue sagrado para si mismo no constituía para Juliett mas que una
falta a todas esas promesas inmortales que un día formuló.
Le debía a toda esa belleza que en su día escribió su
pasado, y a sí mismo, el simple hecho de no abandonar los renglones que
formaban la historia de su vida. De no dejar de caminar y vivirla en toda su
amplitud y profundidad. Degustando cada elemento que la formase y viviendo
hasta que su rostro perdiese su fuerza y su cabello se tiñese del color de la
nieve. De forma que cuando estuviese a punto de morir, cuando se encontrase a
tan solo unos segundos de obtener la paz eterna, pudiese hacer un balance de su
vida y saber que aunque la vivió solo desde que se perdió siendo un niño, vivió
por dos amando tanto como el primer día. Que la vida que no pudo ser, la vivió
aun suponiendo todo lo que suponía.
Ahora sabía que debía salir de ahí puesto que el seguir en
esa situación era un error que no estaba dispuesto a cometer. Su vida ahora
estaba en el campo, lejos de cualquier tipo de civilización. Cualquier lugar en
lo alto de alguna pequeña colina cerca del mar donde pudiese contemplar el
infinito sin olvidar lo que le había salvado la vida, todo lo que amó. Debía
salir de ahí y quería hacerlo cuanto antes y teniendo el mínimo contacto posible
con el ejército al que servía.
Sin embargo, sabía que ninguno de sus superiores le dejaría marchar.
Estaban en guerra y su obligación como ciudadano era la de servir a su patria.
Solo los heridos podían dejar el campo de batalla.
En ese momento, giro la cabeza con intención de mirarle a
los ojos al sargento que aún estaba sentado a su lado y le dijo:
<<Las flores muertas, todas y cada una de ellas, están
y estarán siempre muertas. Y como simples flores que son, serán olvidadas. Y
durante todo ese tiempo que aun permanezcan en nuestro recuerdo, no serán las
bellas flores que fueron, no, serán la ceniza negra, triste y muerta que son
ahora. Y será así para siempre hasta que no cambiemos nosotros mismos y pasemos
de verlas como flores muertas a flores dormidas. Será entonces cuando toda la
luz que desprendían en el pasado resucite y vuelva para quedarse puesto que
nunca se perdió. Cuando podamos vivir en paz sin llorar ni sangrar. Cuando
podamos despedirnos sin dejar nada atrás.
Sargento, esa paz no se consigue aquí. Esa paz muere entre
nosotros a cada paso que damos frente al enemigo. Esa paz muere cuando tenemos algún
enemigo. Sargento, yo necesito huir y vivir en paz. Necesito morir solo, sin
pecados y haciendo que los que me juzgan estén orgullosos de mí.
Necesito huir de cualquier civilización, y no quiero que al
hacerlo se me considere un desertor. ¿Entiende sargento? Estoy dispuesto a pagar
el precio que cuesta esa paz.>>