Sí que lo haré. Veámosle el rostro. ¡El pariente de Mercutio, el conde
Paris! Al tiempo de montar a caballo, ¿no oí, como entre sombras decir, a
mi escudero, que iban a casarse Paris y Julieta? ¿Fue realidad o sueño?
¿O es que estaba yo loco y creí que me hablaban de Julieta? Tu nombre
está escrito con el mío en el sangriento libro del destino. Triunfal
sepulcro te espera. ¿Qué digo sepulcro? Morada de luz, pobre joven. Allí
duerme Julieta, y ella basta para dar luz y hermosura al mausoleo. Yace
tú a su lado: un muerto es quien te entierra. Cuando el moribundo se
acerca al trance final, suele reanimarse, y a esto lo llaman el último
destello. Esposa mía, amor mío, la muerte que ajó el néctar de tus
labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía irradia en
tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la muerte
su odiosa bandera. Ahora quiero calmar la sombra de Teobaldo, que yace
en ese sepulcro. La misma mano que cortó tu vida, va a cortar la de tu
enemigo. Julieta, ¿por qué estás aún tan hermosa? ¿Será que el
descarnado monstruo te ofrece sus amores y te quiere para su dama? Para
impedirlo, dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche, en
compañía de esos gusanos, que son hoy tus únicas doncellas. Este será mi
eterno reposo. Aquí descansará mi cuerpo, libre ¿de la fatídica ley de
los astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de
mis brazos, el último beso de mis labios, puertas de la vida, que vienen
a sellar mi eterno contrato con la muerte. Ven, áspero y vencedor
piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere quebrantarse en
los peñascos. Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuán portentosos son los
efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso... muero.