lunes, 11 de mayo de 2015

Natus

Apartémonos juntos del camino que conduce a la civilización. Huyamos de las grandes murallas de hierro y cemento. De las colmenas de cristal que no consiguen recordar el color del suelo. De todos eso fugaces ardides que tientan y vencen la frágil y débil voluntad del individuo. Retirémonos, sin volver la vista atrás, adentrándonos poco a poco en el corazón de la naturaleza.

Abandonemos todas nuestras ropas e ideales. Todo aquello que nos importa para poder ser libres. Olvidemos a todas esas personas que nos rodean y dejemos que vaguen en el recuerdo como luces sin guía abandonadas a la desidia. Caminemos sin parar hasta que perdamos, a cada paso, todo lo que fuimos y seremos. Hasta que el caminar transforme toda reminiscencia en tan solo una sombra proyectada por el sol al jugar con nuestro cuerpo. Sintamos como, poco a poco, la carretera se hace camino y el camino desaparece en bastos campos y bosques. Volvamos a vivir de nuestras propias manos. Enterremos todo vestigio de cualquier emoción para poder hacernos inmortales.

Que la única balada que escuchemos sea nuestra propia respiración. La soledad de la noche inundando de plata y turquí los arboles. Que el final del camino sea el salto al vacío. Un escarpado rincón en lo alto de una montaña y que sea la naturaleza la que observe. Todo tipo de animales y plantas esperando majestuosamente en la superficie. El viento arrastrando olores del antiguo mundo, ondeando pelaje plumas y hojas mientras todos esperan, expectantes, el paso del hombre que le devuelva a su origen.

Y el mundo se detiene mientras lo damos. Cerramos los ojos y caemos. Nos mecemos en la cama de una noche estrellada a medida que se acerca el suelo y nuestra nueva vida. Y una vez abajo nuestros músculos se relajan y cesa toda sensación y emoción. Imperecederos, nos enterramos en eras de historia inmortal hasta que dejamos de contemplar el paso de las estaciones, para hundirnos en la tierra y formar parte de su propio núcleo. Y aun así permanecemos ajenos a toda realidad. Contemplamos un único punto fijo una y mil veces como si fuera la primera vez que lo contemplamos, y al mismo tiempo y sin pensamiento alguno morimos una y mil veces quedando como elemento inerte de este mundo.