Impasible y ajeno a la realidad contemplaba todo aquel desdén.
Era como si las paredes fuesen de cartón, como si fuesen parte de un decorado que
se iba estableciendo a su alrededor como testimonio real de lo efímero que era
todo. Cada árbol, cada edificio, cada coche, cada persona, y en general, cada
cosa que formaba ese decorado tenían siempre una razón de ser y un conjunto de
metas de vital importancia que no podían caer en el olvido y/o fracaso. Y lo
cierto es que todas y cada una de ellas importaban tanto o tampoco como
cualquier otro aspecto de la vida cotidiana. Y eso era lo que más me llamaba la
atención, que aun siendo todo así de perecedero somos capaces de dejarnos la
vida por algo que creemos importante cuando en realidad no lo es. Tendemos a aferrarnos
al primer haz de luz que se aparece entre las nubes creyéndolo la ansiada panacea
que salvará nuestras vidas. Tendemos a arriesgar todo lo que consideramos
importante y parte de nosotros, por lo que podría ser solo un delirio fugaz de
la realidad.
Pero así somos, aun siendo consciente de ello, por
desgracia, también caí en ese colosal error. Y es que somos de carne y hueso, y
por mucho que luchemos, somos presa de lo que nuestro más profundo y enterrado “yo”
interior quiere hacer de nosotros. Todas esas cosas que nos esforzamos por
controlar, ocultar y olvidar siempre vuelven de entre los muertos para
recordarnos lo que somos.
Y es entonces cuando, caminando por la calle, te das cuenta
de que todo esfuerzo es nulo y carente de sentido. Que si soplas suavemente,
las calles que forman nuestra sociedad, los hogares de cientos de miles mentes
encadenadas y dirigidas cual colmena, las personas que te rodean e incluso el mismísimo
cielo, caerán poco a poco como si de una simple pluma que juega a balancearse
sobre el aire se tratase. Como el decorado de una película, que acabada esta se
desecha perdiéndose en el olvido la realidad para la que fue creado
Y habiéndote dado cuenta de esto, de cómo de controlado te
tiene todo aquello que realmente dirige tus actos, detienes un segundo tu ajetreada
e imparable vida para pensar si tiene sentido y por qué seguir.
Haces balance y piensas que aunque perenne y al mismo tiempo
caduco, en cierto modo, siempre es nuevo. Que aunque no sea más que una semilla
que nace en primavera para, con el tiempo, morir decorando de ámbar el camino, siempre
constituye una razón por la que existir y seguir luchando. Que aunque todo
comience en la A y acabe en la Z, quizás haya algo a la mitad que merezca ser
recordado.