sábado, 30 de julio de 2011

Dormir

I


Más o menos siete de febrero del 2011. Ya había terminado lo bueno del día y tocaba volver a casa. Era bastante molesto tener que volver para entrar de nuevo en su vida, era como si cada vez que saliese se acercase un poco más a todo aquello que siempre deseo, y desea, y que solo con el tiempo lograría. Había reído mucho con la cara ese día, había estrechado unas cuantas manos y saludado unas cuantas veces mientras estaba con sus amigos, y su novia, de fiesta. Era sábado noche y mañana sería domingo. Para el la semana laborable comenzaba el domingo y abarcaba hasta el viernes noche, del viernes noche al sábado noche era semana festiva. Se despidió de sus amigos, dejo a su novia en su casa y automáticamente, al alejarse de la puerta de su casa, se cayó, como todas las noches, tropezó con lo que siempre estaba, y se cayó al suelo. Aturdido, escupió las piedras que sin darse cuenta había tragado ya hace tanto tiempo, y cuando pudo se despejo del sueño que había tenido. Se levanto, se sacudió la ropa, miro hacia los lados, saco el móvil para ver la hora y se dio cuenta de que era demasiado tarde para todo, ya, lo mejor que podía hacer, era irse a casa.
Había hecho ese camino cientos de veces y siempre resultaba ser la misma calle. Larga en cierto modo, de unos 10 metros de ancho y formada por los muros blanquecinos de las casas que constituían esa especie de urbanización. Caminar no sé cuantos metros hacia el frente, torcer a la derecha, bajar la "cuesta", que no era más que otro de los pronunciados desniveles de la calle, llegar a casa. Siempre era lo mismo y aunque siempre sentía más o menos lo mismo, siempre encontraba algún carácter nuevo en sus pensamientos a medida que caminaba.
Esa noche tocaba el tema del silencio. Todo estaba demasiado tranquilo, tan solo podía escuchar su propia respiración y sus pasos. Era raro, al igual que el día anterior. Según caminaba podía ver el final de la calle, el muro que formaba la bifurcación en ambas direcciones y la calle por la que tenía que torcer.
Entre sus ojos y la imagen del final de la calle, se situaban esporádicamente unas nubecillas formadas por el vaho que salía de su boca por la baja temperatura. La justa para no tener calor ni estar cómodo pero tampoco tener frío debajo de su cazadora negra de una tela no definida. Según iban saliendo de su interior y a medida que ascendían, creaban un áurea anaranjada producto del juego que se traían con las luces de las farolas de la calle. Estas, al esconderse entre los crecidos muros de arizónicas, creaban espacios de oscuridad en los que se acurrucaban, atentos por su seguridad, familias de gatos cuyo único camino era el recorrido de los cubos de basura a esas sombras de seguridad. Lo único que formaba ese camino eran las casas a los laterales, el final de la calle, los coches humedecidos y cubiertos de escarcha por la mano de la noche y sus pensamientos, los que intentaba mantener a raya.
Esa noche se notaba peculiarmente raro. Cada paso que daba le evocaba una situación diferente de las muchas que había vivido dando esos mismos pasos en el pasado. Era como si por cada paso que daba se teleportase a una situación diferente de ese mismo camino. Le desconcertaba muchísimo que algo pudiese tener una connotación muy negativa y muy positiva al mismo tiempo. Sin darse cuenta ya había llegado a la bifurcación y estaba girando a la derecha en dirección a su casa. Ya había pasado la casa derruida que no creyó ver al hacer ese mismo trayecto por primera vez, la casa en la que siempre hay un conejo blanco en el jardín durmiendo en la misma parte y los cubos de basura que hacen esquina con la caseta de la compañía de teléfono de la zona.
Cruzar la calle, abrir la puerta con las llaves y entrar. Había sacado muchas veces las llaves para abrir la puerta exterior del patio de su casa, y siempre que lo hacía sentía el mismo fracaso que a su espalda colgaba esa noche. Era el claro ejemplo del presente que deseaba cambiar, la confirmación de todos sus deseos no cumplidos. El anhelo de algo que no siendo suyo, necesitaba como si su vida dependiese de ello.
Se quito las zapatillas, con mucho cuidado por si su madre dormía, las cogió y las metió en el armario. Con mucho cuidado también, subió su las escaleras en dirección a su cuarto y cuando se disponía a cerrar la puerta escucho una voz que decía:
-¿Ya has llegado a casa cariño?
Era su madre que le saludaba desde la cama. En ese momento conteste:
-Si mama. Me voy a la cama, estoy demasiado cansado, mañana hablamos.

miércoles, 27 de julio de 2011

Dormir

II


Oscuridad, esa era una de las mejores cualidades de la noche y del momento previo al sueño. Al contrario que los niños pequeños que consideran la oscuridad como la mayor fuente de maldad o de monstruos de tres cabezas, o al contrario que muchos adultos que la consideran como algo de poca importancia, la oscuridad que se formaba al apagar la luz de su cuarto, era el mejor momento de paz que encontraba para darle a su mente, a su corazón y a todo lo que escapase a su control. Lo que más le atraía de esa oscuridad era que sin luz, las cosas dejaban de existir en la vida real para existir en su mente, en su cabeza y por medio de las imágenes que la vida le había otorgado de todo aquello que le rodeaba. En realidad lo que más anhelaba, de entre otras cosas, era la posibilidad de poder escapar de lo que fuese en el momento que fuera, y por eso la oscuridad se hacia su aliada. Sin luz, las cosas sólo existían en su mente, y sí estaban dentro de el, podía hacer que desapareciesen. Tan sólo tenía que crear nuevas imágenes.
Buscaba, creaba imaginado, soñaba con nuevos paisajes en los que perderse y con los que quitaría de su interior todo aquello que no quería tener. Sí una noche quería evadirse, olvidarse de su todo y dejar de sentir lo que ello implicase, tan sólo tenía que leer algún libro, escuchar la música que sintiese en ese momento o ver alguna película en su reproductor portátil con la luz apagada, relacionado todo con el mundo que desease encontrar y lo habría logrado. De no encontrar un mundo que leer, escuchar o ver y que le llevase y evadiese donde y como el quisiese, lo único que debía hacer era crearlo.
Sí algo le caracterizaba, era que aún habiendo tanta sombra en el mundo, el conseguía encontrar la belleza de casi todo lo que le rodeaba, con lo que no le era muy difícil crear el mundo en el que deseaba perderse e indagar en el, construirlo desde el inicio, repararlo, vivir en el, comer en el, soñar en el, para más adelante, vivir de el.

Se sentía realmente afortunado por poder verle la belleza incluso al viento que no mucho antes le había abrazando fuertemente por la larga calle de paredes blancas. Era fascinante, como todo podía brillar con un brillo desmedido. Era realmente reconfortante ver el todo de todo cuanto le rodeaba, era bueno, pero sólo hasta cierto punto.
Lo que peor llevaba era no poder controlar sus pasiones hacia aquello que veía, sentía, y creaba. Todo lo que el sentía, lo sentía con el corazón porque procuraba no amar o crear nada que no fuese lo que por naturaleza no es, todo aquello cuya voluntad no fuese la propia de lo querido, por razones que muy pocos conseguían entender de la misma forma que el. Esto era realmente grande porque cuando podía "amar", amaba sin control y era cuando era feliz y no necesitaba crear ningún mundo paralelo. El problema venía cuando algo se ponía entre el y su deseado y real mundo, ese era el peor de los momentos porque amar algo con todas tus fuerzas es realmente positivo cuando lo puedes tener, pero cuando no lo puedes tener o cuando tienes que vivir la realidad que el tenerlo te obliga a vivir, es como tener una cadena anclada a tus pies y estar atado a una pared en llamas siendo inmortal. Hagas lo que hagas te vas a quemar y vas a vivir para sentirlo.

Eso era algo que el sabía con certeza, pero que asumía en parte porque no le quedaba otra y en parte porque creía que merecía la pena. No se consideraba ningún cerebrito sabelotodo superior a los demás, pero sabía con certeza que su mayor fallo, fracaso y condena era no poder controlar sus pasiones, el nivel con el que amaba y deseaba, y el hecho de que en su cabeza todo pudiese existir al mismo tiempo. Se había dicho muchas veces a sí mismo que aunque el ser como era, era lo que deseaba, que no habría estado mal la felicidad del ignorante sin darse cuenta de que lo era. Sí un genio de una lámpara mágica le concediese tres deseos tenía claro que lo que nunca pediría sería ni pensar menos ya que habría obtenido una falsa tranquilidad, ni que la vida brillase como desearía porque viviría en un sueño no real, ni que las personas fuesen como su corazón necesitaba y como su corazón le pedía en susurro a cada latido, porque estaría amado un mundo creado por el, no sería más que tristeza lo único que pudiese sentir.
Sólo habían pasado 5 minutos desde que su madre le saludo al llegar a casa, desde que puso en hora el despertador y desde que se tapo y apagó la luz, y tan solo pasaron 5 minutos mas antes de que al ir a cerrar los ojos pensase que era afortunado de no ser quién debiera darle el equilibrio al mundo, porque así podría ser y querer quién quisiese ser y a quién quisiese querer.
Sólo tenía que callar su voz y pensamiento y recordar que en todo hay belleza.

Dormir

III


De nuevo, se despertó sin quererlo. Siempre solía despertarse antes de lo normal, y dependiendo del día, no podía evitar el volver a caer dormido retrasando el despertador o simplemente mirar la hora y si era demasiado pronto volver a dormir hasta que diese el momento correcto. Ese día, al abrir los ojos, vio la habitación ligeramente iluminada por la luz que entraba por la ventana debido a un fallo de cierre de la persiana. Cogió el despertador, le dio al botón de la luz para poder ver la pantalla y se dio cuenta de que para ser sábado aún era demasiado pronto para levantarse. Tras esto, dejo el despertador de nuevo en su peculiar mesilla de cama y se acurruco con intención de dormirse.
Al cerrar los ojos, automáticamente, la gravedad de la tierra aumentó exponencialmente su valor haciendo que su cuerpo se hundiese cada vez más y más en la cama sin posibilidad alguna de alzar un brazo para agarrarse a algún lado o mover la pierna para apoyarla en el suelo. Todo intento de salvar su vida era inútil, salvarla si es que acaso estaba bajo algún peligro, cosa que no sabía. Se angustiaba cada vez más y más. Lo que empezó siendo mucho peso sobre sí mismo, se torno a ver como a medida que pasaban los segundos se hacía más latente su figura hundida sobre el colchón. Las paredes que formaban la figura de este en la cama a modo de huella humana, debido a la tensión de los materiales que formaban la superficie, se tornaban cada vez más sobre su cuerpo. Era como si se deshiciese por debajo para recrearse sobre el y de esta forma fuese a caer sobre el suelo de debajo de su cama. No solía creer en esta clase de cosas paranormales, véase fantasmas, monstruos, oscuridad y toda esa clase de cosas. No creía en esa clase de sucesos hasta el momento en que una luz blanca tan intensa como nunca la habría podido concebir y sin ni un solo matiz de otro color, salió como bestia atada y castigada por el tiempo, de debajo de la parte sobre la que estaba tumbado y la que poco a poco se deshacía para recrearse sobre él.
Eso no era normal, escapaba a toda explicación lógica. Su cuerpo empezó a sudar, adquirió una elevada temperatura. Su corazón latía tan fuerte que incluso sentía dolor por la presión que hacia este sobre sus costillas. Latía fuertemente y a una velocidad desmesurada. Su respiración decidió adquirir el ritmo de su corazón empezando así a hacer que tomase bocanadas de aire que por grandes que fuesen y por rápido que las tomase siempre resultaban insuficientes. Empezó a moverse con intención de poder romper lo que sobre si se había creado, que no era más que colchón, y cuanto más lo hacía más se incrementaba todo lo anteriormente citado. Cuanto más lo hacía más podía sentir como su sangre ardía y como le iban a explotar las venas el corazón y todo cuanto tuviese dentro. Sentía verdadero pánico porque no se explicaba nada de lo que estaba ocurriendo y eso le desconcertaba. Comenzó a gritar y a llorar tan fuerte como sus cuerdas vocales le permitían y más de lo que debía, a la par que pensaba si acaso todo aquello era fruto de alguna droga que no hubiese sentido tomar al despertarse y apagar el despertador. Continuo gritando, llorando y forcejeando con el muro de colchón que se había creado delante de él sin darle importancia a si había tomado o no alguna sustancia estupefaciente sin darse cuenta, puesto que de ser así, alguien de su casa escucharía sus suplicas de ayuda. Sus gritos resultaban ya ensordecedores incluso para si mismo. Su cuerpo y su ropa estaba completamente húmedos por una no grata sustancia mezcla de su sudor, lágrimas y pis puesto que se había orinado encima.
Sus fuerzas empezaban a flaquear, pero notaba que lo único que podía hacer era gritar para lograr que alguien le ayudase. Ya no notaba su cuerpo, la presión que sobre este caía era excesivamente grande. Sintió como si todos su huesos se quebrasen al mismo tiempo. Perdió la movilidad de todas y cada una de sus extremidades. Todos sus músculos se contrajeron al mismo tiempo hasta el punto de modificar su posición haciendo que su dolor aumentase inimaginablemente. Misteriosamente la única capacidad que le quedaba era la de gritar y vocalizar su grito, llorar. Ya nada le importaba donde pudiese caer. Ya nada importaba. Daba igual cuanto de cegadora fuese la luz puesto que había perdido la capacidad de ver. Daba igual cuánto dolor pudiese suponer lo que estaba sucediendo porque ya no sentía. Daba igual todo, lo único que deseaba era que eso pasase o morir.
Había perdido toda esperanza, toda idea de salvación, todo sueño, toda noción de tiempo o realidad. Ya no le quedaba más que su llanto y su voz, cuando de pronto todo paró. La cegadora luz desapareció. Su cuerpo recobró la forma, posición y estado de un cuerpo normal. El dolor que había desaparecido por la falta de sensibilidad, ya no existía no porque no sintiese, sino porque no estaba. Sentía todo su cuerpo como si nada hubiera pasado. De pronto, se notó seco, el sudor la orina y sus lágrimas habían desaparecido. Sus cuerdas vocales, que le clavaban un puñal en la garganta de tanto grito, ya no le dolían. Sus venas y su sangre, como era normal, no las notaba. Todo era perfectamente normal. Lo único que seguía en el estado anterior era su pulso y respiración fruto de su incredulidad hacia lo ocurrido. Intento pensar que había podido ocurrir, pero aun estaba demasiado asustado como para ni siquiera, formular palabra.
De pronto recordó sus ojos y al sentir su cuerpo en perfectas condiciones se atrevió a abrirlos. En ese momento se sorprendió. Me encontraba en medio de la nada. No podía creer lo que veía, porque no veía nada. Miraba hacia el frente, y no veía fin. Miraba hacia abajo, y aun pisando sobre superficie firme, no había tal superficie. Era como si existiese un suelo transparente y de material y consistencia que no pudiese percibir y que solo se materializase en función de si se proponía pisar o no. Miraba hacia arriba y no había fin, al igual que si miraba hacia los laterales o donde quisiera que mirase. Lo único que podía ver era su cuerpo ya que el emitía una luz muy tenue de color blanco rojizo prácticamente imperceptible. Intentó hablar o preguntar si había alguien pero fue inútil ya que no consiguió oírse hablar. Solo podía escuchar su respiración.
En ese momento frente a su cara, más o menos a un metro de sus ojos, se encendieron dos puntos rojos. Dos luces, también muy tenues. Se inclinó hacia un lado y sin pensarlo dos veces caminó hacia la nueva forma que había aparecido. Camino a su alrededor y se dio cuenta de que era como una especie de cordón alargado que flotaba en medio del aire, de color negro, de unos dos centímetros de grosor y unos veinte o treinta de longitud y que estaba formado por un humo negro extremadamente denso y que casi ni se podía distinguir del fondo. Para cuando quiso volver a ver los dos puntos rojos, estos ya no existían. Se quedo frente al cordón de humo parado pensando que hacer. En ese momento, tras parpadear una vez, el cordón desapareció. Se quedo parado pensando que había ocurrido y de golpe, sin saber el motivo, se acordó de su novia. Para cuando volvió a parpadear, se dio cuenta de que lo que tenia ante sus ojos era el techo de su habitación. Se levantó de un gran salto, comenzó a dar vueltas sobre si mismo y a tocarse el rostro los brazos y el pecho y confirmó lo que pensaba, estaba en su habitación.
Abrió la puerta de su cuarto, bajo las escaleras, entro en la cocina saludando a su perro y se tomo un zumo de naranja.

lunes, 18 de julio de 2011

Hoy en día soy lo que mi mente y mi corazón hicieron de mí. Hoy en día soy lo que aquello que me da la vida, permitió que sucediese. Y sé que puede ser más grande, pero el que siento ahora me es demasiado. Yo tuve opción de elegir y elegí caminar entre los muertos, pues para mí ya no hay espacio en la realidad de los vivos. Ahora vago como un recuerdo que se sustenta en la memoria de lo que nunca existirá. Esperando para encontrar la putrefacta carne del cuerpo que me otorgué el placer de la muerte, para poder abandonar la vida de la misma forma que cuando la recibí, solo y en silencio. Pues los muertos no tienen nada, luego nada pueden dar. Y cuando se te retira el derecho a la vida, con el tiempo también se retira el recuerdo de tu existencia. Y si no hay recuerdo no hay dolor, y si no hay dolor hay muerte. Que al fin y al cabo es lo único que queda.