Apartémonos juntos del camino que conduce a la civilización.
Huyamos de las grandes murallas de hierro y cemento. De las colmenas de cristal
que no consiguen recordar el color del suelo. De todos eso fugaces ardides que
tientan y vencen la frágil y débil voluntad del individuo. Retirémonos, sin
volver la vista atrás, adentrándonos poco a poco en el corazón de la naturaleza.
Abandonemos todas nuestras ropas e ideales. Todo aquello que
nos importa para poder ser libres. Olvidemos a todas esas personas que nos
rodean y dejemos que vaguen en el recuerdo como luces sin guía abandonadas a la
desidia. Caminemos sin parar hasta que perdamos, a cada paso, todo lo que
fuimos y seremos. Hasta que el caminar transforme toda reminiscencia en tan
solo una sombra proyectada por el sol al jugar con nuestro cuerpo. Sintamos
como, poco a poco, la carretera se hace camino y el camino desaparece en bastos
campos y bosques. Volvamos a vivir de nuestras propias manos. Enterremos todo
vestigio de cualquier emoción para poder hacernos inmortales.
Que la única balada que escuchemos sea nuestra propia respiración.
La soledad de la noche inundando de plata y turquí los arboles. Que el final
del camino sea el salto al vacío. Un escarpado rincón en lo alto de una montaña
y que sea la naturaleza la que observe. Todo tipo de animales y plantas
esperando majestuosamente en la superficie. El viento arrastrando olores del
antiguo mundo, ondeando pelaje plumas y hojas mientras todos esperan, expectantes,
el paso del hombre que le devuelva a su origen.
Y el mundo se detiene mientras lo damos. Cerramos los ojos y
caemos. Nos mecemos en la cama de una noche estrellada a medida que se acerca
el suelo y nuestra nueva vida. Y una vez abajo nuestros músculos se relajan y
cesa toda sensación y emoción. Imperecederos, nos enterramos en eras de
historia inmortal hasta que dejamos de contemplar el paso de las estaciones,
para hundirnos en la tierra y formar parte de su propio núcleo. Y aun así
permanecemos ajenos a toda realidad. Contemplamos un único punto fijo una y mil
veces como si fuera la primera vez que lo contemplamos, y al mismo tiempo y sin
pensamiento alguno morimos una y mil veces quedando como elemento inerte de
este mundo.