Llegado ese punto en el que sabes que quieres, que debes y
que vas a hacer, lo único que falta es la gloriosa y desbordada naturaleza
inquieta de la que estás hecho. Ese instinto agresivo y lascivo, hostil y
salvaje que te inunda siempre que deseas explotar sin pensar las repercusiones
de dicha escapatoria. Y que mejor manera de lograrlo que la de usar un
Instrumento como banda sonora de este momento por el que ahora caminamos.
Demasiado he visto ya. Demasiado he esperado. Demasiado he sosegado ya mi alma como para no
saber cuáles de mis actos son buenos y comedidos, justos y desinteresados, y
cuales no albergan ninguna de esas cualidades y no tranquilos con no tener nada
de lo dicho, encima, alientan a obrar mal a sabiendas de lo que ello pueda
generar. Es por ello que aquí voy a narrar lo que ronda mi mente y ahoga mi
voluntad.
Rechazo
Una de las consecuencias de adentrarse en un camino que te
queda, por el momento, grande, es el hecho de que siempre existe la posibilidad
de arrepentirte de haberte adentrado. Y cuando eso ocurre el problema no es tan
grande como podría serlo si la situación fuese en lugar de arrepentimiento,
rechazo. Pues si te arrepientes, todo mal que te suceda será siempre culpa de
una o mil razones, y podrás llorar las pérdidas que tengas y a su vez lamentarte
por lo que queda por venir puesto que no es deseado.
Cuando es rechazo lo que se siente, eres consciente de la
necesidad que tuviste y/o tienes de recorrer el camino que se te presentó, y
debido a que hay una razón por la que lo recorres, el hecho de lamentarse por
ello no tiene lugar. Y esa es la verdadera lucha, la de recorrerlo cuando no lo
deseas. La lucha consiste en hacer lo que es considerado deber, y sobre todo,
lo que tu corazón cree deber. Y eso es lo que pesa y nos arrastra hasta el
fondo.
Sin embargo, lo realmente pesado no es aguantar caminando y
cargando todo a nuestras espaldas sin importar su naturaleza, lo realmente
pesado es ver terminado el camino y ver como después de haberlo finalizado, el
camino en cuestión, se degrada, se pudre y se convierte justo en aquello que
siempre odiaste. En este momento llegas a esa situación de la que siempre
intentaste huir, solo que ahora te das cuenta de que en esta ocasión no solo no
pudiste huir, sino que encima, la viviste, finalizó, y lo aceptaste.
Si, señores, todas las realidades son iguales. Y no hablo de
un “todo” en general, más bien, encubro con el término “realidad” otro concepto
que no os quiero revelar. Pues tan repugnante me resulta la actual realidad de
ese otro concepto, que no quiero que nadie lo vincule a mí. Y sobre los que ya
lo hacen, mejor es mantenerles en la ignorancia y hacerles creer que poco me
importa, pues no les engaño ya que no es el tema en cuestión, sino el hecho de
que forme parte de mi pasado lo que me quita el sueño.
Si, efectivamente me genera muchas sensaciones el hecho de no
haber visto cuan condicionado se encontraba ese otro concepto para ser como
era. Es el hecho de no haberme dado cuenta de su verdadera naturaleza para
haber podido tratar ese “algo” en cuestión como realmente merecía.
Tristemente, no consigo albergar ni un solo ápice de agrado
por ese aspecto de ese otro concepto. Al fin y al cabo, brillaba como la madame
de cualquier casa de citas hasta que te das cuenta de que no es más que otra de
las putas que duermen bajo el techo de esta sociedad.
Asco. Muchísimo asco me produce el hecho de saber que ambas
figuras fueron una en el pasado.
Terriblemente estúpido me siento siempre que recuerdo las palabras que
formulé tiempo atrás, pues cuando de mi boca salían, la realidad a la que iban
dirigidas era casta, inocente y pura. Pero he aquí la razón de mi error, pensar
que eso era así de naturaleza, y más aún, pensar que eso era realmente así.
Y tanta satisfacción como rechazo me produce el hecho de
saber que efectivamente yo estaba en lo cierto y que ahora por fin, no soy yo
el único que lo percibe. Y es que pese a todo el rechazo y desagrado que yo
pueda sentir, pese a lo injusto que puedan parecer y ser mis quejas y
sensaciones negativas al respecto, y por poco correcto que puedan ser los
adjetivos que le he otorgado al tema en cuestión, yo lo siento así, pero aun
así, me alegro por lo bueno que reporta esa realidad.
Sin embargo, seamos sinceros, todo lo dicho hasta el momento
carece de importancia ahora. El tiempo cubre de polvo la imagen dejando como
realidad una vaga y tenue sombra de lo que en su día fue la mano que sujetaba
el puñal. Es en este momento cuando dicha sombra pasa eternamente desapercibida
ante nosotros, quedando como recuerdo la herida abierta.
Recuerdo
Ya no veo nada de lo que veía entonces, ni siento nada de lo
que sentía la última vez que pude observar lo que me rodeaba. La profunda animadversión
que ahora me domina se encarga de eliminar cualquier posibilidad de poder
volver a hacerlo.
Hace años no habría dudado en creerme enfermo si hubiese
sabido que llegaría un momento en que no sabría distinguir si es el profundo
odio, yo mismo o una mezcla de ambas, la razón por la que hoy siento esa increíble
necesidad de no saber nada de nada.
Pasa el tiempo y voy observando y comprendiendo que independientemente
de cuanto desagrado pueda llegar a sentir, no puedo huir de mi propia sombra.
Pues al fin y al cabo, la clase de sombra, o en este caso la clase de recuerdos
que nos creamos, nos determinan y nos empujan inevitablemente a seguir uno u
otro camino.
Pero no es cuando tu camino se está forjando cuando se
presenta el problema. El verdadero reto se presenta cuando debes vivir comprendiendo
que las repercusiones de aquel problema te seguirán para siempre aun cuando ni
siquiera lo sientes como tuyo. Cuando ves como la tierra sigue sin ser fértil aun
habiéndola vivido edades enteras del hombre.
La única cuestión que sigue robándome el sueño es la de si se debe fomentar ese recuerdo o
no. Realmente no sé si debería avivar el fuego para impedir que nunca se
apague, pues aunque puede llegar a quemar también puede protegerte de la
oscuridad.
Siendo sincero, me inclino a pensar que se debe avivar el
recuerdo independientemente de la naturaleza de este. Pues haciéndolo consigues
hacer inmortal lo perecedero, y a su vez, consigues ver la naturaleza de las
cosas tal cual son sin edulcorar.
Es bueno fomentarlo. Es bueno alimentarlo. Siempre es bueno.
Siempre es bueno, aun si ni siquiera es bueno o bello, aun si solo se tratase
de una clase de ira inmortal lo que formase el recuerdo, aun así sería positivo.
Ira
Nada me domina de igual forma que la ira. Nada me protege y me
defiende como la ira. La ira y el odio alimentado resucitan una y otra vez la
lógica de la que se compone el escudo con el que me defiendo de cualquier mal.
Y cuando el lobo se viste de cordero, es la ira la que
desenmascara su verdadera naturaleza. Es ella la que me fuerza a recordar lo
que debo y no debo hacer en base a lo que sucede a mí alrededor.
Soy egoísta y orgulloso estoy de ello. Es un camino lento de
recorrer el que te lleva a serlo sin destruir todo por lo que has luchado. Y no
tengo miedo de reconocer que no doy nada por nada que no valore también mis
deseos.
No soy quien para juzgar al pecador por sus pecados, pero si
asumo que debe hacerse cargo de las consecuencias de ellos.
Y aunque sea el odio de los demás el que oculte el sol
haciendo de mi vida y verdad una mentira, aunque ni siquiera contemplen la
existencia de un sol del que disfrutar o necesitar, aun así, yo les condeno privándoles
de tal privilegio. Les condeno no permitiéndoles ocultarlo.
Y si algún día llega el momento en que el rico sienta sed,
lloraran pues no verán la mano del pobre ayudándoles.