jueves, 8 de noviembre de 2012

Polvo bajo el sol II


En ese momento Juliett se quedo pensativo, sin saber que hacer, sin saber que decir y sin ganas de nada. Las palabras de Foxtrot resumían su vida y su forma de pensar, y aunque se alistó justamente para obtener el mismo fin que su sargento, Juliett no compartía su idea de obtener la paz que buscaba por medio de la violencia. Es cierto que en ocasiones la única forma de dejarles algo de paz a nuestros seres queridos, e incluso a aquellos que no conoces, es la acción, sin embargo, la vida para Juliett era demasiado bella como para ensuciarla de tal forma.
Ahora se encontraba ahí tirado, rodeado de arena mezclada con sangre, de casquillos de bala y de compañeros a los que ni conocía y por los que debía dar la vida. Todos asustados y rezando por no ser ellos los siguientes en morir. Deseando, todos, salir de esa improvisada trinchera que hizo alguna granada en algún momento.

Cuanto mas miraba a su alrededor mas se daba cuenta de que por mucho que lo intentaba no conseguía descubrir que hacía ahí. Tenía una mezcla de odio y de paz en su interior que no lograba dominar. En ocasiones no podía controlar la ira que le ocasionaba todo ese dolor almacenado y que tanto desgarraba su ser segundo a segundo. Cada cierto tiempo, alguna imagen de su pasado más doloroso resucitaba en su mente y le hundía hasta no tener fuerzas más que para hacer latir su corazón. En ocasiones, algo de su presente le evocaba algún recuerdo de su pasada y ya muerta vida, o simplemente, todo aquello que aun no había superado ganaba la batalla que libraba contra el mundo cada día. Cuando era ese sentimiento el que le dominaba, Juliett era el odio en persona. En esas situaciones daba igual quien intentase frenar sus actos, la vida le trataba como a un perro de presa entrenado para cazar y el cazaba odiando.
Otras veces, por el contrario, se hacía inmortal. Se volvía frio como el hielo y nada podía afectarle. Se dejaba dominar por la paz que en ciertas ocasiones se le presentaba. En esas situaciones llegaba a perdonar a todo aquel que le hizo daño, e incluso, se llegaba a perdonar a si mismo. En esos momentos bajaba hasta el propio infierno si con eso conseguía ayudar a los demás. Se hacía mejor persona y conseguía obviar su pasado para poder volver a amar. No buscaba grandes cosas, cualquier cosa era digna de admiración y de ser querida.

En este momento Juliett se sentía a si mismo de ambas formas. Sin embargo, ahora, gracias en parte a las palabras de su sargento, ahora sabía que la única forma de obrar era la segunda por mucho que le dominase la primera. Ahora sabía que el dolor es algo de lo que nunca se podría separar, y que no debía dominarle. Que el error reside en no respetar la memoria de lo que murió, permitiendo que nuestro pesar se adueñe de nuestra frágil alma y la guíe a través de el camino de la destrucción. Pues el mero hecho de atentar contra lo que un día fue sagrado para si mismo no constituía para Juliett mas que una falta a todas esas promesas inmortales que un día formuló.
Le debía a toda esa belleza que en su día escribió su pasado, y a sí mismo, el simple hecho de no abandonar los renglones que formaban la historia de su vida. De no dejar de caminar y vivirla en toda su amplitud y profundidad. Degustando cada elemento que la formase y viviendo hasta que su rostro perdiese su fuerza y su cabello se tiñese del color de la nieve. De forma que cuando estuviese a punto de morir, cuando se encontrase a tan solo unos segundos de obtener la paz eterna, pudiese hacer un balance de su vida y saber que aunque la vivió solo desde que se perdió siendo un niño, vivió por dos amando tanto como el primer día. Que la vida que no pudo ser, la vivió aun suponiendo todo lo que suponía.

Ahora sabía que debía salir de ahí puesto que el seguir en esa situación era un error que no estaba dispuesto a cometer. Su vida ahora estaba en el campo, lejos de cualquier tipo de civilización. Cualquier lugar en lo alto de alguna pequeña colina cerca del mar donde pudiese contemplar el infinito sin olvidar lo que le había salvado la vida, todo lo que amó. Debía salir de ahí y quería hacerlo cuanto antes y teniendo el mínimo contacto posible con el ejército al que servía.
Sin embargo, sabía que ninguno de sus superiores le dejaría marchar. Estaban en guerra y su obligación como ciudadano era la de servir a su patria. Solo los heridos podían dejar el campo de batalla.
En ese momento, giro la cabeza con intención de mirarle a los ojos al sargento que aún estaba sentado a su lado y le dijo:

<<Las flores muertas, todas y cada una de ellas, están y estarán siempre muertas. Y como simples flores que son, serán olvidadas. Y durante todo ese tiempo que aun permanezcan en nuestro recuerdo, no serán las bellas flores que fueron, no, serán la ceniza negra, triste y muerta que son ahora. Y será así para siempre hasta que no cambiemos nosotros mismos y pasemos de verlas como flores muertas a flores dormidas. Será entonces cuando toda la luz que desprendían en el pasado resucite y vuelva para quedarse puesto que nunca se perdió. Cuando podamos vivir en paz sin llorar ni sangrar. Cuando podamos despedirnos sin dejar nada atrás.
Sargento, esa paz no se consigue aquí. Esa paz muere entre nosotros a cada paso que damos frente al enemigo. Esa paz muere cuando tenemos algún enemigo. Sargento, yo necesito huir y vivir en paz. Necesito morir solo, sin pecados y haciendo que los que me juzgan estén orgullosos de mí.
Necesito huir de cualquier civilización, y no quiero que al hacerlo se me considere un desertor. ¿Entiende sargento? Estoy dispuesto a pagar el precio que cuesta esa paz.>>

lunes, 5 de noviembre de 2012

Forgotten whore

Las flores muertas, todas y cada una de ellas, están y estarán siempre muertas. Y como simples flores que son, serán olvidadas. Y durante todo ese tiempo que aun permanezcan en nuestro recuerdo, no serán las bellas flores que fueron, no, serán la ceniza negra, triste y muerta que son ahora.