El tiempo que arrastra consigo la calma, dejando el
increíble estado, el único que queda al final, para la más profunda oscuridad
interior. Esa bestia que se alza sobre sus extremidades asfixiándote con su
aliento, veneno que te inunda y ahoga todos y cada uno de los poros de tu piel.
Ese segundo que pasa entre que sientes la quemadura y retiras la mano convertido
en una vida. Eso que es superfluo convertido en el mar en el que pereces tras
abatir tu embarcación la tormenta de tu vida. Las palabras que enmudecen. Los
ojos dejan de ver, los oídos de escuchar. Las manos y el cuerpo dejan de
sentir. No hay nada que oler. Solo se percibe el sabor de la eternidad. Una
vida atada de pies y manos y sometida a la voluntad de lo que no perece. Eso
que no muere, que se convierte en tu sangre. Cicatrices que la piel no
cicatriza por no percibirlas. Miedo de aquello que no lo da. Libertad que te
encadena. Convertirse en una puta.