Mucho tiempo ha pasado desde que el sonido, la luz, la materia y demás condicionantes se unieron para formar aquel horror llamado humanidad, llamado vida, llamado realidad. Mucho tiempo ha pasado, pero a día de hoy aun recuerdo con claridad toda aquella verdad podrida, corrupta, infectada por el virus del miedo. Aun recuerdo como se penetraron y desgarraron los principios que rigen mi humanidad, mi persona y mi vida, como en brutal violación tal que victima indefensa atada de manos y pies por cadenas de frio metal opresivas y destructivas. Como la mano del enemigo, uno mismo, traspasa tu cuerpo arrebatándote todo cuanto tienes dentro para ponerlo en mesa de carnicero para tras examinarlo y mirarlo por encima, decirte que no lo necesitas, tu vida no vale una mierda. Eres prisionero de una guerra en la que estas por placer, y como comandante de tu destino, capitán general de tus tropas y de las del enemigo, no has de temer para poder seguir el rumbo de tu camino con entereza y valor ya que cuando un día le estas dando el pan a tu familia, al día siguiente contienes el aliento bajo la lluvia y entre las plantas de una selva perdida de la mano de alguien para no ser descubierto por el enemigo, estas solo. Lo único en lo que piensas es en la sangre propia que aun gotea de tu cuerpo y en esa que no es tuya, cuando al volver la vista atrás te das cuenta de que no existe la perfección y que el precio de las cosas malas de la vida es demasiado alto como para considerarla un milagro.
Paras cuando el corazón te va a estallar porque has corrido como un conejo en una cacería para poder huir de las bestias que te siguen, te gritan y te ladran. Es el momento de la jodida perfección, la que consigues ver cuando no hay salida, la que te gustaría tener tiempo de observa lúdicamente. Y paras, y a la vez continuas porque lo único que pretendes es que si mueres, por lo menos tu cuerpo sea enterrado por algún amigo, algún ser querido, algún desconocido, algún vestigio de algo no atribuible a un delirio, juicio, carácter o sentimiento propio del enemigo, uno mismo. Y es en ese momento cuando confirmas que tu determinación nunca fue tan enérgica como la que en ese momento te arropa, porque eres persona y como tal capaz de crear del sueño, la realidad. Y es por eso por lo que de nuevo, siento en mi mano, el húmedo tacto de la sangre en mi cuchillo de guerra, ese cuyo serrado canto se ha corrido innumerables veces al degustar el sabor del llanto y del dolor. Ese con el que dirijo mi rumbo, ese que con el propio terror y horror de la guerra de la que era esclavo, apartó de mi vida la animadversión que le profesaba al mundo.
Muchos tiempo ha pasado y aun así me levanto por las noches con los gritos en mi cabeza y sus miradas en mi corazón, las miradas del enemigo, uno mismo, miradas victimas del deber.
Mucho ha ocurrido desde entonces y al final queda la realidad, soy tan libre como quiero ser, puesto que todo lo que hago, lo hago por amor. Y ahora tengo claro que cuando muera, moriré caliente en una cama haciendo una balance de una vida llena de pecados absueltos por el dios de mi religión, la luz de mi día, la luna de mi noche, el arcoíris de mi vida, de mi corazón, de mi alma.