lunes, 11 de enero de 2010

De mí, para ti, para que no nos volvamos a enfriar.

Nos limitamos a alzarnos, andar, caer y volver a alzarnos. No nos paramos a observar. Perdemos demasiado tiempo organizando nuestras ajetreadas vidas. Pasamos ante todo pensando como evadirnos, como llegar a tocar la perfección. Somos la venda que ciega nuestros propios ojos. Nos lamentamos en exceso. Nos lamentamos, incluso, de lo que nosotros mismos nos causamos. No somos capaces de ver la verdadera esencia de cuanto nos rodea. Es el egoísmo, el que bajo nuestro consentimiento, nos hacer perder todo aquello que lloramos. Nos limitamos a vivir como espantapájaros, simplemente eso, vivir. No le damos valor a las ideas, ni a los sentimientos. Pasamos ante todo como pasajeros de un viaje. Hacemos que todo sea fugaz, perecedero. Cada minuto de nuestras vidas, cada momento ante la luz del sol, cada mirada, cada gesto, cada sonrisa, cada segundo cerca de los que amamos es la recompensa a todos nuestros esfuerzos. Nos esforzamos por descubrir, por hallar, por alcanzar la perfección. Damos por fracasados nuestros sueños, si no llegan donde quisiéramos. La perfección no existe, pero siempre se puede luchar por rozarla. Solo nos damos cuenta de la verdadera importancia, del verdadero valor, del verdadero amor que le tenemos a las cosas, cuando las creemos perdidas. Es entonces cuando, directamente, nos lamentamos en lugar de tratar de entendernos los unos a los otros y luchar por lo que somos y por lo que nos hace ser. Somos nosotros, única y exclusivamente nosotros, los que tenemos el poder de ver la belleza que sin duda hay y que constantemente nos empeñamos en cubrir. Permitimos que nuestra mente tire del corazón, impidiendo así, el poder detenernos, el poder observar, el poder pensar.

¿Por qué amar?, ¿por qué reír?, ¿por qué sentir? Todo, al final, todo se reduce a un prójimo. Tener alguien en quien confiar, alguien con quien ser quien realmente eres, alguien con quien poder ser vulnerable. Alguien a quien mirar sin temor, alguien con quien hablar. Que aun sin quererlo, guie tus pasos. Que no necesite palabras, para poder oír un te necesito. Tener a quien deber sin saber cuánto. Alguien que consiga encontrar en tu felicidad, la suya. Tener a quien amar. Alguien en quien depositar todo, absolutamente todo lo que eres, y que a pesar de ello, no pase nada. Que en el fondo no quede nada, pero sin embargo siga estando ahí. Ese es nuestro verdadero regalo, es lo que nos hace humanos, es por lo que podemos y debemos luchar y es lo verdaderamente bello de la vida.