lunes, 13 de agosto de 2018

Rumbo


Nace, de forma imprevista y sin ser esperada, una débil y primitiva llama. Se abre a la vida en cada uno de nosotros alimentándose del oxigeno del que se vale para crecer y destruir aquello que toca. Crece y te cambia. Inunda tu mundo, pinta las paredes de tu celda, se convierte en el combustible de tu cuerpo, aniquila la narcótica melodía con la que se te doblega día a día tirado en tu sofá, y desde su más temprana edad termina por dominar tu voluntad.
Se instala en tu mente una nueva idea, y como si de un virus se tratase, se reproduce y evoluciona sin tener control alguno sobre ella. Lo que un día te hacía criticar con soberbia aquello que no comprendías y que te obligaban a rechazar, ahora se torna en algo que no sabes cómo interpretar. Pero no le das importancia porque aun no percibes la amenaza que supone.
Surge la duda, y hace que te replantees tus principios. Pone tu mundo patas arriba y ahora sientes rechazo sobre el nuevo rumbo que asumes sin saber por qué, y es que ya estás cambiando. Poco a poco empiezas a descubrir que la realidad en la que creías vivir no es la que realmente es. Empiezas a darte cuenta de que no lo estás haciendo bien, de que no estás haciendo nada para cambiar lo que ahora necesita un cambio. Pero aun sigues tirado en el sofá porque sabes lo que implica levantarse.
Esa idea que en un principio era una simple llama en su fase más prematura, ahora es un descontrolado y titánico incendio que devora todo aquello que toca dejándote cada vez más sin un sitio dónde no escuchar su llamada. Y es que a cada minuto que pasa te resulta más y más difícil no escuchar su reclamo. Te llama constantemente y solicita tu sumisión. Se apodera de tus actos y, aun cuando no quieres, terminas cediendo.

Te alzas y miras a tu alrededor, no tienes escapatoria. Te secas el sudor de la frente con la manga de tu raída camisa de vestir blanca, ahora negra como el más profundo de los abismos. Te limpias las manos en los pantalones, y a continuación te frotas los ojos. Te analizas rápidamente y crees encontrarte bien. El corazón se te sale del pecho, transpiras sin control, todos tus músculos están exhaustos y en tensión. Tu cuerpo, en un acto reflejo y animal, responde con las últimas fuerzas que le quedan ante la amenaza que se cierne sobre sí, llevándote cual inquilino de algo ajeno, al inexorable final.
Te das cuenta de que careces del control de tus capacidades físicas básicas, y decides que tienes que hacer algo para poder evaluar la situación. Intentas ver algo en la oscuridad, pero fracasas. Extiendes los brazos hacía los laterales y los elevas con intención de medir el habitáculo dónde te encuentras, pero no consigues extenderlos completamente. Lo que antes era tu salón y tu sofá, ahora es un excesivamente pequeño pasillo que te impide dirigirte a otro lugar que no sea el final del mismo. Pasas la palma de tus manos por la pared mientras caminas, y notas el claveteado en los tablones de madera que la forman. Llegas al final y no puedes moverte pues la madera es vieja y suena con cada movimiento que haces. Contienes la respiración para eliminar temporalmente el jadeo y poder así escuchar lo que sucede. Pegas la oreja a la puerta y sientes el tacto de la pintura agrietada y la madera carcomida, y solo escuchas un agudo pitido, que ya existía desde el origen, que ahora es ensordecedor, y que nunca percibiste hasta que apareció aquella llama que desvió tu camino. Tu mano agarra con firmeza y desconfianza el pomo de la puerta, y te planteas si debes abrirla, pero en el fondo sabes que lo harás. Y terminas haciéndolo.

Abres la puerta y rebasas el marco. Frente a ti, al fondo, hay una mesa con un objeto sin forma. Observas la habitación y te das cuenta con cada paso que das, que eres parte de ella. Recuperas el control y acabas relajándote. Según caminas vas descubriendo cada vez más y más cosas sobre ti mismo, y cuanto más descubres sobre tu naturaleza más fácil te resulta identificar aquello que descansa sobre la mesa. Y es en ese momento cuando el pitido ensordecedor es asesinado y tú recuperas tu vida.
Extiendes lentamente la mano y recorres su superficie deleitándote en los escasos detalles de su forma. Recorres su filo jugando a besar la hoja sin llegar a cortarte, y terminas empuñándolo. Has dado un nuevo rumbo a tu vida y terminas el final de una época sosteniendo con fuerza férrea tu aun impoluto cuchillo de guerra. Y ese es el comienzo, el comienzo de lo que todo debió haber sido siempre.

martes, 9 de mayo de 2017

Diamorfina

Cuán flébil resulta el rostro de quién camina por las ruinas de lo que un día fueron idílicos y ostentosos palacios y jardines. Cómo se pierde su mirada en el vacío y en la lejanía. Cómo dibuja, con sus recuerdos sobre la realidad, el anhelo que ahoga su existencia.
Y es que es consciente de la realidad que le acecha y doblega. Observa, atento, la erosión del tiempo sobre el mármol que antaño formaba los pilares que aún a día de hoy se erigen dando descanso al esqueleto moribundo de un sueño roto. Roza la superficie de estos con la palma de sus manos y es capaz de volver a vivir el delicado tacto y la sensación fría e impoluta que sentía cuando los tocó por primera vez. Y eso le hace caer.
Abre los ojos y, cansado, se pregunta por la pátina que recubre el camino que solía atravesar de niño para ir a cualquier lugar de los interminables jardines por los que solía perderse, pues no recuerda cuando apareció.  Solía estar compuesto por grandes y largas losas blancas. Ahora resulta inútil encontrar algún tramo que no haya sido devorado por el cencido, pues no queda mas que la lucha de unas descoloridas piedras intentando no ahogarse entre la maleza.
Mire donde mire solo puede ver la decadencia que ahora le da un color diferente a todo. Y lo peor es que no recuerda cómo pasó. Se mira a sí mismo y no se reconoce, y se asusta. Está cansado pero no sabe por qué.  Se da cuenta de que un día fue alguien muy diferente, que murió, para bien o para mal, a manos de quien es a día de hoy. Y eso le hace ser aun más siervo de sí mismo. Sus fracasos y sus victorias serán lo que atormente su mente y construya su historia. Y tendrá que vivir con ello. Y así terminará el camino, caminando sin importar cómo.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Se muere el alma del campesino con cada paso que da. Caen las arrugas sobre el cuerpo moribundo creando el silencio.

lunes, 25 de julio de 2016

J. M.

Se corrompe poco a poco el cuerpo y la mente, en su totalidad, desde que se presenta la necesidad, cual embrujo del mismísimo Satanás, hasta que termina por destruirnos. Ese momento en que, de la misma forma que un virus aborda una célula para instalarse en ella y no dejarla, esa necesidad se instala en nuestra vida y se apodera de ella. Y lo que al principio era solo la ilusión de algo percibido como lejano, ahora es esa sombra oscura que nubla nuestro juicio. Y nos domina, y cose a nuestras muñecas los hilos de seda con los que controlar nuestros movimientos. Distorsiona la realidad y nos embauca volviéndonos en contra de nuestros principios y haciéndonos librar, sin darnos cuenta, una titánica lucha entre lo que la necesidad ordena y lo que lo poco que queda ya de nosotros nos recuerda que de verdad deseamos.

Y así evolucionamos, desde nuestra fase más primitiva y animal, hasta vernos convertidos en verdaderos paladines de aquello que nos roba la atención. Miramos a nuestro alrededor al principio, cuando la necesidad no es más que el origen de un exceso de confianza en nosotros mismos creyéndonos los dioses de nuestras vidas, y contemplamos el paisaje como un campo lleno de flores y apacibles animales con los que poder vivir en paz. Y avanzamos, nos relacionamos y nos regocijamos de toda esa armonía sin darnos cuenta de que nos encaminamos poco a poco a la cueva de las bestias. Vivimos y nos permitimos actuar, nos permitimos acercarnos y ser curiosos. Osamos tentar a la suerte e irremediablemente envolvernos en la desconocida nube tóxica que rodea la necesidad. Y es ahí cuando caemos, cuando poco a poco, lo que al principio se contemplaba como un paraíso inmortal, ahora se torna a campo de batalla.


Suenan a nuestra espalda los tambores de guerra que anuncian nuestra inminente muerte. Sin embargo no nos doblegamos. Trae bestias de guerra de ojos encolerizados, ardiendo en rojo fuego, y deseosas de destrucción. El pavor congela nuestra sangre e impide el movimiento. Las pisadas, el sonido del acero fuera de su piel, el rugir de los demonios, todo se acompasa con nuestro pulso. Pero ahí permanecemos, resistiendo como último bastión de una civilización al borde de la extinción que lucha para preservar su recuerdo. Cargan contra nosotros y resistimos pagando con sangre y sudor el valor que nos obliga a no caer. Y así vivimos, forjando las batallas que crean la paz que otros necesitan para vivir. Se hace porque es nuestro deber, es nuestra intención y finalidad en la vida. Se hace porque lo deseas y no te queda otra. Porque necesitas hacerlo y porque sin ello no eres nada.

jueves, 14 de julio de 2016

El temido pirata

El que sabe que no puede y aun así se atreve. Ese es el que se engaña, como todos, olvidándose de la realidad y soñando con lo imposible. El que regresa a casa para no volver queriendo olvidar. Ese se engaña, el que piensa que lo logrará.

Usaremos las blandas paredes de tierra para levantar cuatro muros. Y estará formado por las enormes y sucias piedras que cargamos en nuestra espalda. Iremos apilando una a una hasta que construyamos un pequeño habitáculo donde podamos vivir sin más compañía que el ruido de nuestra propia respiración. Y crearemos un techo con las mentiras que nos contamos a nosotros mismos y muy felizmente moriremos pensando que todo está bajo control.

lunes, 23 de noviembre de 2015

James Morgan

Y se abren poco a poco, pero aun así chirrían las oxidadas y ancianas bisagras de las negras puertas que cierran el paso a esa desolada casa de nadie. El frío se escapa huyendo del interior con temor de la nada que todo lo ahoga, y aun así se adentra y pisa firme ese túnel que inicia su camino. Todo se estremece, el suelo se queja con un rugido ensordecedor y las ventanas mueren sepultadas por las rocas con las que cubre su frío cuerpo. Y sin ver, sigue caminando.

Abandona al olvido la carne en la que se hospeda, y se deshace de ella, pues donde va no la necesita.  Cada paso cíclico que da le acerca más y más al ansiado final donde todo desaparece, pero sin embargo no llegará. Donde el polvo entierra la leyenda y seca la sangre de su cuchillo de guerra. Y piensa en ello mientras se encuentra en el primer paso de un sinfín de ellos que forman el último sendero recorrido al que se aferra cual panacea redentora.  Firmando con sangre y puño firme las cadenas que lo arrodillan, que lo doblegan y que lo dominan.

Y perfora su cuerpo con el aguijón del placer que poco a poco tiñe de gris y pálido apagado el color de su piel. Cómo pasa de hombre a criatura, besando el sucio suelo que forma su casa esa cárcel húmeda y asfixiante, mientras se convierte en verdugo de su propia vida. Y lo acepta con placer lascivo y enajenado, no es dueño de su razón pues le fue arrebatada por aquello perenne e inmortal.

Y así se amontonan en el recuerdo eras enteras del hombre. Con pasos abandonados decorados por las ánimas errantes de las civilizaciones que no lo ven envejecer y que sufren su desdén y encono. Y continua caminando, perdido, por el lúgubre pasillo que encontró hace tiempo al cerrar tras de sí las puertas que lo separaban de la locura. No se arrepiente, pues su voluntad es férrea, pero carente de sentido. Y eso lo condena pero no lo mata, pues no puede morir lo que con tanto empeño ha sido alienado. Y así se hace inmortal, caminando eternamente una senda cuyo final jamás verá, siendo únicamente un recuerdo de lo que fue, alguien libre.

lunes, 12 de octubre de 2015

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Desciende desde lo más alto de la más alta colina, hasta el más profundo de los abismos. Y no muere. Desde la cumbre de los edificios desde los que solíamos reírnos del mundo, de los pobres y tristes que adornaban nuestra sociedad, los unos de los otros y de todo cuanto nuestra ignorancia nos ocultaba, hasta el frio, inerte y contaminado suelo. Cae recorriendo eternamente el mismo camino sin que el tiempo, las estaciones o la vida hagan mella alguna en la carne de su cuerpo o en los jirones de su alma. Y allí permanece inmóvil, como si él no formase parte del mundo que le rodea. Como si el gas tóxico que inunda el aire que inhala se disolviese en sus pulmones y se filtrase por su cuerpo para convertirse en la sangre que circula por sus venas. Ahogado y a salvo, aislado, en la burbuja por y para la que vive. 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

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Correcto, educado y atento. El clásico héroe que no puede darse prioridad a sí mismo si con ello perjudica a alguien. La parte racional de una vida. La responsable, la que se encarga de conducir el camino a un buen final. Lo típico de ser adulto, tener estudios, un buen trabajo, una buena casa con un coche de calidad aparcado en el garaje y dos o tres preciosos hijos cuya vida académica sea ejemplar y la envidia en el barrio. De los que no se alejan ni un solo milímetro del camino que conduce a esa vida. De los que brillan con luz propia aun si todo se derrumba a su alrededor. Es parte del guion de la vida, eso que alguien escribió algún día en el pasado tras mucho pensar sin darse cuenta de lo que estaba escribiendo realmente. Tanto es así que no se le puede distinguir en la masa. Aun si estuvieses a un palmo de su cara, aun si su aliento te diese en la nuca y su calor te arropase en la más fría de las noches, aun así no le verías, no le reconocerías. Si te susurrase al oído estando en medio de la bastedad de un desierto donde el silencio ahoga cualquier sonido, aun así no lo percibirías.
Y así vive día a día, escribiendo en una libreta los resultados de un exhaustivo análisis social elaborado para encontrar la verdadera llave que abra las puertas de la total plenitud de una vida completamente plana. Examen innecesario cuando se vive como un perro que es mascota de otros perros mascota.
Pero, como en todo, siempre hay momento en el que te encuentras algún bache en el camino. Algún pequeño grano de arena que, sin darnos cuenta, modifica la trayectoria del sendero que tan impetuosamente nos empeñamos en seguir. Y cuando eso surge, ese grano de tierra se convierte en una semilla que se planta en nuestro cerebro y que se nutre y alimenta con nuestro rechazo. Cuanto más nos empeñamos en asesinarla y que no crezca, más evoluciona. Y eso fue lo que ocurrió con nuestro amigo.

<<Lléveme al Emperor, por favor —desazón era su nuevo nombre—.
—Ahora mismo, ¿está la temperatura y la música a su gusto?
—Sí, no se preocupe. Si puede déjeme en alguna calle o callejón trasero si lo tiene. Sino con que me deje en la zona del bar está bien.
—Por supuesto>>

Era más que notable el miedo y la duda en su tono de voz, apenas acaba de comenzar su aventura y ya era todo un desafío. No solo se sentía mal e incomodo por lo que a su familia y amigos pidiese suponerles de darse la situación en que le gustase, sino por sí mismo. No estaba del todo seguro de querer aceptar esa realidad. Sentía como si una enorme piedra se le viniese encima y como si estuviese destinado a tener que soportarla, a tener que arrastrarla tirando de ella con una enorme cadena a su pie. Cómo podía el haber cedido ante tal antojo era lo único que tenía en la mente.
Allí se encontraba él, frente a la puerta de su habitación en un lujoso hotel en una de las mejores ciudades del mundo. Allí, frente a la puerta que separaba su momento, de una noche de placer como pocas habría tenido hasta entonces. Y sin embargo se sentía como un prófugo llegando en taxi, en lugar de en alguno de sus coches. Seguía dudando pero aun así abrió la puerta con la llave que le dieron en la entrada del hotel, para su decepción. En el fondo esperaba que esta no se abriese.
Al entrar vio algo de luz tenue que enfocaba directamente un precioso sillón de cuero natural. Desde la ventana de la habitación se podía ver la ciudad, un montón de monumentos con infinidad de luces titilantes que juntas formaban un falso atardecer en mitad de la noche. Había algo de música de fondo, Gently. No lo conocía.
De pronto una voz sonó en la habitación. Una voz dura, grave y áspera.

<<Hola
—Hola —respondió girándose sobre sí mismo—. Tú debes ser…
—Nergal, y tú vas a ser Baal. Esta noche no necesitamos saber nada más. Pues esta va a ser nuestra última noche. Esta noche va a terminar con los dos tirados en el suelo ahogados en nuestros propios cuerpos —dijo sumido en la oscuridad del fondo de la habitación que quedaba a la derecha del salón, interrumpiéndole, con un tono fuerte y poderoso, y dejándole sin respuesta alguna—>>

Lo cierto es que esa apariencia de duro le llamaba la atención, incluso le excitaba. Por un lado le gustaba y por otro no podía soportarlo. Sus pensamientos e ideas se perdían en su mente sin rumbo.
Acto seguido Nergal se acercó a él desnudo y comenzó a desvestirlo. Le puso un pañuelo de seda negro en los ojos. Con una sola mano agarró con fuerza su cuello, lo llevó a la habitación, lo tumbó en la cama y empezó a hacer con él todo cuanto quería. Y mientras Baal se dejaba no podía parar de pensar en el huracán de sensaciones que estaba viviendo. La desaprobación que sentía y en como no podía decir que no. En como el placer y el dolor se juntaban en una sola experiencia y en que deseaba que no acabase nunca.
Los minutos se convirtieron en horas y las horas en días. El ambiente se volvió turbio, apenas se podía respirar y su cuerpo apenas respondía. No comía, no necesitaba ir al servicio. No tenia sueño ni cansancio. Sin embargo Nergal mantenía su fuerza e ímpetu como si se tratase del primer instante.
Pero no le preocupaba, ni su familia ni amigos existían ya para él. El rechazo que al principio se apoderó de él había sido brutalmente violado por la adicción que la situación le producía. Era como si una nueva religión se hubiese creado especialmente para él, y él fuese su principal devoto. Y así pasaba los días hundiéndose cada vez más en la aceptación. Pobre ingenuo.

Cuando todo era como él deseaba, cuando esa habitación era el único sinónimo real del sexo, justo en ese momento notó en su vientre el más punzante de todos los dolores. Noto como si alguien hubiese hundido en su tripa un afilado cuchillo y este hubiese cortado todo órgano a su paso haciendo que cayese desde lo más alto hasta el más profundo pozo donde ni la luz consigue entrar. Dolor era lo único que podía sentir ahora puesto que Nergal parecía haber cesado.
Con todo el esfuerzo que le fue posible reunir se quitó la venda de los ojos y tras intentar habituarse al dolor de no haberlos usado en tiempo, se quedó helado, aterrorizado y sin palabra.

<<¿Qué?, ¿sorprendido? No deberías estarlo —su tono era burlesco, lleno de odio—>>

Las paredes de esa lujosa habitación que formaba parte de uno de los mejores hoteles de la ciudad estaban llenas de sangre, de suciedad, y oxido. El papel de las paredes estaba arrancado. El cristal de la ventana estaba roto y el paisaje de fondo, la ciudad, no estaba, no había más que un mar de oscuridad únicamente manchado por la luz que conseguía huir del interior. La cama en la que creía estar acostado y atado no era de madera de primera calidad con distintos ornamentos como pudo ver en el álbum de fotos publicitarias del hotel, sino que más bien se encontraba tirado en un suelo frío y de piedra encadenado a unas argollas situadas en las paredes.  Su ropa estaba sucia y rota, y él se encontraba magullado.

<<¿Qué está pasando? —consiguió preguntar entre gemidos y ahogado en dolor—.
—¿Realmente no sabes qué está pasando?, además, ¿Qué importa lo qué está pasando?, ¿No te interesa más saber quién soy yo? —Dijo hundiendo más aun la mano en su cuerpo, desgarrando aun más el resto del mismo como si de un cuchillo se tratase—>>

Su cuerpo parecía estar lleno de heridas, de sangre coagulada, de pústulas y escaras. De él emanaba un olor a podrido que imposibilitaba el hecho de no sufrir arcadas. Sin embargo todo eso quedaba ensombrecido por el horror que congelaba su sangre al mirarle a la cara, pues no tenía una cara donde mirar. Donde debería estar su rostro en su cabeza, solo había una mueca terrorífica y unos ojos más negros que la oscuridad que quedaba fuera de esa habitación. No tenía ni nariz ni pómulos, no tenía la anatomía común de un rostro humano.

<<Te diré quién soy yo. Yo soy esto —dijo mientras agarraba con fuerza sus tripas y demás órganos para sacarlos de su interior y así poder mostrárselos—.
Yo soy tú, soy la parte visceral de ti. Soy lo que querrías ser. Soy tus deseos fracasados y los que aun no se han producido. Soy tu intento fallido por controlar lo que en realidad somos. Soy el dolor que sientes cuando la vida, al igual que yo, te viola para después dejarte tirado en una calle abandonada donde no pasa nadie que pueda socorrerte. Esa sensación que tienes cuando la situación nubla tu juicio y crees en la posibilidad antes de caer y darte cuenta de lo estúpido que fuiste por no verlo.>>

Su tono de voz estaba cargado de violencia y animadversión severa por la vida. En ese momento cambió su postura sobre él y comenzó a apuñalarlo en el costado. Comenzó a cercenar partes de sus piernas y brazos mientras continuaba hablando.

<<Yo soy todo aquello que no te atreves a ser y hago todo eso que tú jamás conseguirás hacer. Las palabras que se te ahogan. Las veces que no caminas cuando lo que deberías hacer es saltar. Soy la parte interior de ti mismo que te odia. La parte de ti mismo que desearía que no existieses. Soy todas esas personas a las que desearías asesinar, y que por no hacerlo, te comen a diario. Soy la puta que desearías follarte para vengarte de tal o cual mierda de las que te suceden. Soy tu parte egoísta a la que sometes en tu intento por ser correcto. Soy la bala que atraviesa la cabeza de tus seres queridos y soy la pistola que empuñas para dispararla. Soy la vida que muere a tu junto a ti.
La parte de nosotros que no da asco, la que no llora, la que no se acobarda. La que se droga y la que muere ahogado en su propio vomito.
Soy, de los dos, el que va a terminar con este lamentable intento de vida>>

En ese momento, acercó una mano a su cuello y otra al cuello de la parte de si mismo que estaba debajo suya luchando por sobrevivir, y con un rápido y sutil movimiento hizo un profundo corte en ambos que terminó por cubrir el suelo de sangre para de esta manera morir los dos ahogados en sus propios cuerpos.

domingo, 2 de agosto de 2015

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<< La clave para obtener el mayor sufrimiento es degradar todas esas partes que ocasionan dolor y que se mantienen alejadas de la pérdida de conocimiento o de la muerte, para de esta forma alargar lo máximo posible la agonía hasta que esta sea insostenible. Siempre se puede empezar por algo suave, algo típico y común, un clásico, algo como sentar a la víctima en una silla, atar sus manos y pies a dicha silla y, con todas tus fuerzas, darle un guantazo en la cara. Eso le resultará bastante incomodo y humillante, es más, si se lo das de forma que no se lo espere le resultará aun más molesto. Y de esta forma quedará, sin darse cuenta, bastante lejos de lo que aún le queda por pasar. Se le hará más largo el tedioso camino que tiene por delante puesto que no sabe lo que le espera y con ese guantazo se forma una imagen previa del mismo.

También puedes jugar con lo psicológico, comentar que en salas contiguas al lugar en el que está tienes a su familia amigos y seres queridos desde hace varias horas sufriendo lo que el acaba de empezar a vivir. Que algunos están cerca de la muerte y que todo es su culpa, por lo que “hizo”. En el fondo eso es mentira, no tienes a nadie, y de ser verdad (queda en tus manos seguir lo de “el fin justifica los medios”), la razón no es lo que “hizo” sino el hacerle aun más daño. El sujeto, al recibir tal noticia y, de haber decidido tú que el fin si justifica los medios, escuchar los gritos de sus seres amados, lo primero que hará será formular una pregunta. Un “¿Por qué?”, un “¿Qué he hecho?”, algo en plan “¿Qué quiere de mí?”. En ese caso lo suyo sería volver a golpearle, pero esta vez ya no debes de hacerlo suave, esta vez debes pegarle un puñetazo en la cara, una patada. Algo que, junto con el papel de “indignación” que debes mostrar, le sugiera que te ha salido solo. Si tomas el papel de “¿Cómo puedes no saberlo?”, esperas unos segundos tras golpearle y gritando le comentas que sus seres queridos están sufriendo por su culpa, a la situación que está viviendo se le sumará el hecho de no saber qué ocurre ni por qué tiene la culpa. Y eso supondrá una carga psicológica más, lo cual es bueno, todo aquello que destruya al individuo es positivo, bien sea de forma rápida o lenta y dolorosa.

Seguramente exclame algo, lo niegue, en ese caso lo que has de hacer es, de haber decidido destruir también a sus seres queridos (lo cual no siempre es positivo porque son más cadáveres de los que deshacerse), hablar con alguno de los aliados, que sin duda necesitas, para que mediante algún sistema de comunicación puedas hacerle escuchar los gritos de alguna de esas personas a las que ama. Si consigues hacer que esa persona exclame su nombre y haga alguna pregunta del tipo “¿Por qué nos haces esto –nombredelavíctima-?” ya sí que lo bordarías en lo que a carga emocional se refiere. Lo malo de esto último es que requiere de una mayor compaginación entre tus aliados y tú puesto que ellos tienen que jugar el papel con sus víctimas de que eso está sucediendo porque la victima principal, tu víctima, se niega a hacer que estén a salvo. De esta forma generas en los seres queridos confusión y cierta animadversión hacia el sujeto número uno. Por otra parte, si eres de los que ha decidido trabajar solo, es decir sin involucrar a terceras personas, con volver a golpear al sujeto mostrando enfado y acompañándolo de algo del tipo “¿Cómo tienes los cojones de encima negarlo?” será suficiente para que su desesperación siga aumentando.

Llegado a este punto lo que debes hacer es insertar en su mente la idea de que solo hay una posibilidad de hacer que todo ese sufrimiento acabe y que es algo que él puede hacer. De esta forma habrás establecido una atmosfera de miedo, dolor y desconcierto. Claro está no hay nada que él pueda hacer y de haberlo tampoco se lo dirías, es un embuste destinado a aumentar aún más la desesperación. La idea de ser consciente de que puedes hacer algo para terminar con esa situación pero no saber que es puede llegar a ser muy destructiva.
Hazle saber también que le vas a pedir que lo haga y que de negarse va a sufrir, y que vas a seguir haciendo eso hasta que haga lo que deseas. De esta forma consigues que se sienta algo “seguro” al pensar que no va a ser un dolor continuado por creer que tiene algo de tiempo entre golpe y golpe. Sobra decir que eso es una mera ilusión, tiempo va a tener, pero no le va a valer de nada porque ese “algo” que esperas de él, real o imaginario, no es el fin en sí, lo es su destrucción. Y si logras que se sienta algo a “salvo” o con tiempo, cuando caiga su caída será doble.

Tras este intermedio podrías darle otro golpe, véase puñetazo, a modo de despedida para alejarte a coger el primero de los múltiples utensilios que vas a utilizar en esta travesía.
Hay que tener presente que al fin y al cabo son personas, acostumbradas a vidas tranquilas, acomodadas, sin sufrimientos reales ni penas ni nada. Personas que están acostumbradas a caminar un camino cuyos sobresaltos más pronunciados son los ocasionados por la banalidad de sus superfluas vidas. Sus vidas son un camino de rosas que se tropieza con la barricada de alambre de espino que corta el camino, pues les has declarado la guerra. Ahora mismo su vida pasa de ser un bonito camino silvestre con animalitos y florecitas, a un moribundo desfiladero lleno de barro en el que se ahoga la vida. Y tú eres el brazo ejecutor. Y eso es lo que vas a hacer, ejecutar.
Podrías comenzar cogiendo un taladro eléctrico, si la pared es una pared normal, podrías empezar taladrando el suelo y la pared justo donde tiene los pies y las manos, claro está atravesando sus extremidades. Podrías asegurarte de que no se mueve nada, hay que recordar que aunque está atado, seguramente la silla no esté fija a nada. Lo suyo es perforarle las manos y los pies y atravesarlas con un buen tornillo que tenga al final el eslabón de un collar de pinchos de los de los perros, de esta forma te aseguras que, de querer  escapar, se dejará un buen trozo de pie o mano por el camino. Si eres de los inseguros podrías incluso hacerle un corte pronunciado en el tendón de aquiles, pero ya sabes lo que pasa con toda herida que sangra, si hay sangrado hay riesgo de muerte, y nosotros aun no queremos eso.
Lo más sensato sería, antes de lanzarte a hacer todo lo anteriormente narrado, calentar una porción de metal con el soplete, que deberías de tener, y cuando dicha porción este suficientemente caliente, lanzarte a hacer dichos taladrados y cortes para después cauterizar la zona y evitarte que muera desangrado. Te estarás preguntando porque no le das directamente con el soplete, pues mira, medico no soy, pero fijo que no cauteriza igual algo caliente sobre la herida en cuestión que llama directa. Además de que no creo que sea igual el calor de un objeto al rojo sobre una herida abierta, que el de una llama directa cuya trayectoria podría verse modificada por diferentes factores y por lo tanto calentar mas superficie y como consecuencia ocasionarle más dolor del que pueda soportar antes de caerse desmayado. Has de recordar que lo de la cauterización no tiene finalidad destructiva sino más bien preventiva, quieres hacerle sufrir el mayor tiempo posible, no tener un cuerpo inútil y aun vivo.
Por otra parte, si eres de los que les da igual que pueda moverse con la silla podrías intentar otro de los clásicos, el tema de torturar sus dedos. Lo de fijarlo a la pared no tiene que facilitar mucho la tarea de joderselos.
El caso, a mí siempre me ha gustado mucho todo lo relacionado con el fuego. Podrías pillar un tenedor pequeñito de estos que se usan para el postre y con la radial cortarle la cabeza despojándole de lo que son los dientes de forma que te queda un cacho de metal alargado. Te estarás preguntando el por qué de esto, bien, perfectamente podrías calentar el tenedor y clavárselo entre las uñas, pero realmente la superficie de cada uno de los dientes del tenedor es demasiado pequeña en comparación con lo anchas que son las uñas. Si cortas la cabeza, te quedas con el mango y con la propia radial afilas un poco el cuello seguramente la superficie puntiaguda resultante sea más del tamaño de una uña humana. Pero bueno, para gustos los colores, lo hagas como lo hagas estaría muy bien el tema de introducírselo estando caliente de esta forma, y como hemos dicho anteriormente, te evitas hemorragias y conseguirás un mayor dolor.

Llegados a este puntos, como poco le has destrozado las manos a base de pinchos candentes. Seguramente haya perdido sus uñas, tenga los dedos hinchados, esté sudado y muy alterado. Puede incluso que se haya orinado encima. Sea como fuere has de tener en cuenta que no sabes cómo es tu víctima, no sabes si es de las que soporta bien el dolor o no. Lo mismo aguanta como un campeón todo lo que venga hasta que decidas acabar con su vida, como lo mismo se te desmaya según le líes la siguiente. Como poco le tienes sin dedos como quien dice, como mucho sin dedos y con extremidades taladradas, ahora deberías seguir el rol del que hablamos previamente, el “¿Lo vas a hacer?”. Dejas que llore y desespere un par de minutos, le haces saber que ha herrado y continúas.

De nuevo, si eres de los que decidió prescindir de fijarle a la pared/suelo podrías aprovechar para quemarle la suela de los pies. Tanto si decidiste prescindir de fijarle como si no ya deberías tener el soplete listo, en ese caso podrías dejar calentando una plancha de metal para que se ponga al rojo mientras insistes en que lo que está viviendo ya lo han vivido sus familiares y que por lo tanto esas personas están en fases más pronunciadas de la tortura. Es todo paja para hacer tiempo mientras se calienta, pero él no lo sabe, y si resulta no ser paja sino que es real, pues mejor que mejor.
Cuando dicha plancha de metal este caliente y roja sitúala con cuidado de no quemarte, (podrías hacerte mucho daño), bajo sus pies y presiona estos contra dicha superficie, de nuevo ten cuidado no vaya a moverlos y vayas a tocar tú la superficie.

Otro “juego” interesante podría ser el de ir despojándole de dedos. Ya que estamos con las cosas candentes, con pies y manos, pues aprovecha y hazle saber que por cada vez que se niegue a “hacerlo” le robaras un dedo. Y hazlo así, dile que como se te había olvidado iniciar este juego al empezar la partida y que como ya se ha negado dos veces, la de nada más empezar y la que venía después de lo de las uñas, que tienes que cortarle dos dedos, y que si tras lo de quemarle las plantas de los pies está dispuesto a hacerlo o va a seguir negándose. Como su respuesta natural será que no sabe, córtale tres dedos de los pies, dos de uno y uno del otro, y ve cortando uno a uno cambiando de pie en cada momento. Es importante que sea de los pies, en este momento tiene las manos que no las siente, bien sea solo por lo de las uñas o porque además te lanzases a taladrarle, y aunque es cierto que los pies también han sufrido mucho, seguramente la superficie de los dedos no lo hayan pasado tan mal por eso de que la principal superficie de los pies es la propia planta. Es decir, en el peor de los casos, las manos han sido taladradas y los dedos torturados, dos de dos, en el caso de los pies sólo la planta. Esto no lo haces por ser bueno y repartir del dolor, lo haces para eliminar zonas no dañadas.

En este momento, si no recuerdo mal, como poco le has destrozado dedos de pies y manos, taladrado y quemado numerosas partes. Ahora estás en el intermedio de las suelas quemadas, le has jodido las manos, suelas de los pies quemadas y fijado al suelo, osea un intermedio el de uñas y suelas. Hemos quedado en que en el intermedio de las suelas te vuelve a decir que no y por eso lo de los tres dedos. No contamos como acto destructivo lo de fijarle al suelo porque es más bien un método de seguridad que algo al azar.
Ahora podrías hacer un cumulo de cosas más que un acto grande. Podrías por ejemplo quemarle el pelo, arrancarle los pezones, en el caso de los hombres arrancarle un testículo y dejar el otro ahí, disfrutando de la nueva ventana que le ha surgido a su bolsa escrotal. En fin, un poco lo que se te ocurra. Puedes sustraerle un ojo. Yo qué sé, lo que se te ocurra. El tema de la silla limita mucho las cosas, porque el ano es otra fuente de ideas. Si le tuvieses inmóvil y fijado al techo con cuerdas te evitarías el momento de tener que fijarle a la pared y al suelo y además podrías hacerle cosas. Dicen por ahí que antiguamente a las “brujas” se las insertaba en estacas que iban desde el ano hasta la boca, o algo así leí hace tiempo. No te digo que hagas lo mismo porque sino ya te puedes despedir, pero si te diría que ya que tienes la radial a mano y el soplete, te podrías improvisar una bonita espada laser y ya sabes.

— Puf, creo que paso de tanto tema. Sé que solo va a vivir eso una vez en su vida, pero yo creo que demasiada molestia me resultaría hacer todo eso. Es decir, es cierto que voy a acabar con su vida, y quisiera causarle mucho dolor, pero en el fondo el dolor físico es superfluo y pasajero. Seguramente le meta un tiro en piernas y brazos, para que sienta algo de sufrimiento físico y luego ejecute a su familia delante suya. Y cuando haya terminado de llorar, seguramente me deshaga de los cuerpos y le suelte para que no tenga donde llorarlos.>>

jueves, 16 de julio de 2015

Aleta


<< Disculpe mi sargento —dijo Juliett con voz temblorosa—.
—Que quiere soldado, no es un buen momento para hablar. ¡¿Qué está haciendo?! Maldita sea coja ese fusil, levántese y cubra a sus compañeros.
—De eso quería hablarle mi sargento, tengo miedo señor.>>

Aquel soldado nunca había destacado mucho por sus actos, era callado, siempre entregado a sus pensamientos y siempre víctima de lo que ellos conseguían hacer de él. Se alistó en el ejército por su amada. Amaba y odiaba al mismo tiempo, y lo único que podía hacer para lidiar contra tal lucha, era luchar de verdad. Luchar por encontrar o crear algún tipo de paz. Algo que le concediese el perdón que tanto ansiaba y por el que moría día a día.
Aunque se forzaba a no creerlo, estaba allí porque necesitaba huir para no volver a todo lo que su vida le ofrecía.  Carecía de cualquier tipo de sentimiento patriota. Conocía la situación, sabía que había que hacer algo, sabía que el mundo podía ser un lugar bello, pero aun así, su principal interés era hacer algo correcto antes de irse. No estaba allí para lograr medallas que lucir ante su gente como algunos de sus familiares, no deseaba nada de eso, de hecho, todo le daba miedo. Cualquier tipo de sonido o ruido salvaje que se escuchaba en mitad de la noche le desvelaba. Lo único que deseaba, era volver a alguna casa y llorar porque ni tenía un hogar al que volver ni podía encontrar un fin por el que morir sin que ello le diese miedo.
Todo le aterraba, pero aun así, debía enfrentarse a todo aquello a lo que sus superiores le ordenasen. Sin embargo, en esta situación, lo único que tenía en mente era lo que allí estaba ocurriendo. No podía quitarse de la cabeza las miles de imágenes de compatriotas, mucho mejor preparados que él, cayendo nada más alzar su cuerpo para iniciar la marcha contra el tan odiado enemigo. Sabía que no podía expresar su miedo ni acobardarse con tanto honor desbordado por todas partes. Lo único que podía ver era como un puñado de jóvenes, armados solo con un fusil y algunas granadas en el cinturón, corrían hacia la muerte. Como se derramaba sangre por todos los rincones del terreno tintando cualquier rio que por allí circulase. Sabía que nunca se perdonaría no ir en su ayuda y eso le sorprendía, él nunca fue patriota ni se interesó por otra persona que no fuese su amada.
Era demasiado para él pero aun así sabía que no podía abandonar y era consciente de lo que le acababa de decir a su sargento.
<<¿Miedo? —Preguntó con una mezcla de sorpresa y exaltación el veterano sargento de primera apodado como Foxtrot —, ¿Miedo dices? Dime chico, ¿Crees que yo tengo miedo?

— No lo sé señor —respondió Juliett con la voz más temblorosa aun—. Creo que ahí fuera puede morir y creo que si no tuviese miedo habría perdido la verdadera idea de lo que supone vivir señor.>>

Por un instante no pudo creer lo que había dicho. Sentía, sin saber exactamente la razón, que aquello podía constituir una ofensa para el sargento.
El sargento siempre fue considerado como un hombre duro, firme y sin miedo a nada. Nadie pisaba tierra hasta que él no había inspeccionado la zona y la había librado de lo que en ella pudiese haber. No tenía reparos a la hora de sacar su arma y disparar contra todo aquello que atentara contra la seguridad del ejército y la patria a la que servía, tal y como él siempre pregonaba. Era un hombre al que le excitaba la sensación que le producía el ejecutar una defensa contra un ataque, una condena, o en general, cualquier tipo de acción que le permitiese actuar severamente contra lo inmoral. Era notablemente radical pero justo.
Juliett sabía que decirle lo que le había dicho a su sargento, un hombre que era temido el propio miedo, no era del todo correcto si valoraba su vida. Sin embargo, pensó que ya que iba a morir junto a sus compañeros, por lo menos morir diciendo lo que pensaba.
En ese momento, el sargento, que estaba a diez o quince metros de distancia, cogió su fusil, se puso de pie, y caminó lenta y sosegadamente hacia él mientras las balas jugaban a silbar a su alrededor. Según lo hacía, algunos de los compañeros de Juliett le aconsejaban al sargento que se agachase y fuese a gatas. Algunos incluso comenzaron a alzarse para abrir fuego contra el enemigo e intentar desviar la atención para que el sargento no resultase herido.
Cuando el sargento llegó a la posición de Juliett se paró y se quedó frente a él. Mirándole fijamente con esos profundos ojos azules ya cansados producto de los años de duro trabajo. Juliett, nervioso, le miró fijamente mientras notaba como el resto de sus compañeros se ponían cada vez más y más tensos.

<<¿Qué hace mi sargento? —Preguntó exaltado Juliett—, ¿no se da cuenta de que puede resultar herido?
— ¿Y qué pasaría si eso ocurriese? —El tono del sargento parecía cansado—, ¿Qué pasaría si alguna de las balas que me rozan, acertasen?
— ¡Por el amor de Dios Foxtrot, haga el favor de agacharse! —Juliett cada vez se sentía más sorprendido de sus reacciones. Siempre supo que no tenía mucha paciencia, pero lo que no conocía de sí mismo era que su paciencia fuese tan limitada como para darle una orden a su superior—
—Relájese soldado, relájese. Nuestra hora llegó cuando alguno de esos chupatintas que deciden el futuro de los hombres creyó oportuno que esta guerra tenía sentido —Respondió suavemente el sargento mientras se agachaba y se acomodaba junto a Juliett tranquilamente—. Dime soldado, ¿Por qué lucha usted?>>

En ese momento, Juliett miró rápidamente hacia sus compañeros, los cuales le miraban fijamente con una mezcla de intriga y sorpresa por la situación que estaban presenciando. Juliett sabia claramente cuál era su razón para estar ahí, sin embargo, era demasiado personal como para compartirlo con el sargento y sobre todo con sus compañeros.
La mayoría de los soldados que le rodeaban eran hijos de militares que a su vez tenían ascendencia militar. Los que no tenían familia, iban en busca de una a la que servir y con la que compartir los últimos minutos de vida. Otros muchos, simplemente, odiaban y necesitaban dar rienda suelta a sus pasiones. ¿Cómo podía él decir que lo que le había llevado a eso era el amor?

<<Amor, mi sargento.
—¿Amor? —El sargento se asombró de su respuesta—, ¿Cómo algo tan bello te ha podido traer a un lugar como este?
—No lo sé señor. Vine aquí con unos ideales, y ahora me encuentro perdido en medio de la nada que yo mismo he creado.>>

El sargento cada vez parecía más y más sorprendido de las respuestas del introvertido soldado Juliett

<<¿Amor por qué?
—Amor por la persona a la que amo.
—Disculpe soldado, pero, ¿Su esposa no murió antes de que usted se alistase?
—Si señor —El tono de Juliett cada vez era más oscuro y apagado—. Por eso estoy aquí, por amor.
— ¿Cree usted joven, que viniendo aquí va a encontrar la cura a ese dolor que siente? ¿Cree que la muerte le hará recuperar a su esposa?, ¿Cree que la muerte le llevará a ella?
—Ahora mismo no se ni quien soy señor. No tengo nada claro. Me alisté para luchar por una causa. Para luchar por la paz y morir dejando algo bello. Me alisté para no morir en vano. No quiero seguir caminando pues ya nada me ata a un suelo sobre el que caminar, pero tampoco me quiero ir habiendo fracasado y sin nada.
Sin embargo, ahora tengo miedo. Ahora no estoy seguro de que ningún tipo de lucha que libre aquí vaya a servir para algo. El mundo está corrupto y los bosques por los que hoy morimos, jamás volverán a florecer. Las vidas que hoy se apagan, nunca volverán a brillar. El silencio que poco a poco creamos con la devastación con la que firmamos nuestras vidas, jamás dejará el lugar en el que nace. Mi única pregunta ahora es, ¿Qué hago con mi vida si no tengo ni una cama sobre la que dormir, ni una causa por la que luchar? ¿Qué hago si no tengo ganas ni de vivir, ni de morir?>>

El sargento le miró fijamente, era curioso como en plena guerra alguien podía encontrar tiempo para esa clase de sentimientos. Miró al resto de los soldados que le rodeaba y a continuación miró al suelo. Extendió la mano y cogió algo de tierra, y la dejó escapar entre sus dedos. Después de esto, con la misma mano, arranco una de las pocas flores que quedaban intactas por la zona.

<<Dime soldado, ¿Cuánta vida crees que le quedaba a esta flor?
— No lo sé señor, supongo que no mucho teniendo en cuenta la escena.
— Soldado, todo ser vivo nace y muere. Todos y sin excepción. Esta flor tuvo la desgracia de vivir en un plano en el que lo único que podía encontrar era destrucción. Sin embargo, piense, con sus actos usted ha cambiado el destino de esta flor. ¿Qué piensa o siente si le digo que esta flor ha pasado de morir aplastada por cualquiera de nosotros, a morir arrancada por las manos de uno de los que está destruyendo su hogar para explicar la belleza que tiene aun antes de morir?
— No lo sé señor. No sé muy bien cómo afrontar las preguntas que me hace. A mí, el nuevo destino de esa flor me evoca belleza.
— No cree saber responder, pero lo está haciendo y bastante acertadamente —Dijo el sargento con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro—. Y, ¿Por qué belleza?
— Me parece irónico que en medio de una guerra, usted hable de la vida de una flor. Es una flor bonita y aunque ahora solo huelo a pólvora y muerte, estoy seguro de que esa flor huele como un amanecer en paz y armonía. A mí, esta situación me parece bella.

— Le contare una historia soldado. ¿Ve aquel árbol de allí? —Le pregunta el sargento mientras señalaba con su negruzco dedo un árbol solitario y encorvado en medio de una llanura— ¿el que está junto nuestros colegas del cuarto regimiento?, ¿puede verlo?
—Creo que si sargento.
— Hace ya muchos años vine aquí con la que por aquel entonces era mi mejor amiga y mi futura esposa.
— ¿Aquí mi sargento? —Se preguntó qué le relacionaría al sargento con ese lugar, territorio enemigo desde hacía mucho tiempo. Pensó que lo mejor era no preguntar por la relación por cómo se lo pudiese tomar—, ¿a cuánto está esto de su hogar mi sargento?
— Está a mucha distancia soldado, escuche mi historia y lo entenderá todo.
— Lo siento seño, continúe.
— Lo cierto es que por aquel entonces yo ya estaba completamente enamorado de ella y ella de mí, sin embargo, yo, por aquel entonces no era más que un chiquillo de tu edad, no supe verlo. Aparqué un Ford Eiffel que alquilé con el poco dinero que me dejó mi padre a su muerte. Llevábamos comida, un mantel, bebida, cubiertos, platos, vasos y servilletas en una preciosa cesta de mimbre con unos lazos de cuadros blancos, rojos y rosas.
Como te digo, aparqué el coche, me baje y abrí la puerta extendiendo mi mano para ayudarla a bajar. Ella salió del coche y se sacudió un poco, y se giró hacia mí. Oh, Dios mío muchacho, jamás había visto tanta belleza junta. Era primavera y hacia sol, pero un sol agradable, un sol que iluminaba todo cuanto había a nuestro alrededor pero sin elevar demasiado la temperatura. Había un agradable frescor en el ambiente y encima corría algo de brisa. Era todo perfecto.
Yo estaba bastante nervioso, mis orígenes son humildes y procuraba ser correcto a la hora de comer y a la hora de tratarla. Estaba tan preocupado por hacerlo todo perfecto, que cuando ella me contaba las pequeñas cosas de su día a día, yo no conseguía escucharlas todas. Estaba luchando por no perderme en su belleza, por atenderla como se merecía, y escuchar todo aquello que me contaba.
Comimos tranquilamente, al menos ella y el paisaje lo estaban. Comimos y al acabar, saque un pedazo de tarta que se empeñó en comprar al verlo en un escaparate de una tienda cercana al lugar donde alquilé el coche. Cuando terminamos de comerlo, me tumbé en el suelo y ella me miró con una sonrisa en la cara y comenzó a bromear sobre lo cómodo que me encontraba allí tumbado, a lo que la respondí que se acostase junto a mi para disfrutar de las vistas. Y así lo hizo. En ese momento yo era feliz soldado.

Estaba con la persona a la que amaba, disfrutando del más bello de los paisajes que jamás haya podido contemplar y escuchando su voz y su respiración en todo momento.
De golpe, la di las gracias. Sentía que tenía mucho que agradecerla y aunque sabía que no debía hacerlo, puesto que no tenía nada que agradecer ya que su comportamiento era el de una simple amiga, aun así lo hice. Claro está, ella me preguntó que porque la daba las daba las gracias, a lo que yo no supe que contestar.
En ese momento, se incorporó, se sentó sobre mi vientre, y con su habitual sonrisa cincelada sobre su rostro me dijo “te amo”. Soldado, en ese momento me hice inmortal.
Me quedé pensativo unos segundos, y la besé. Soldado, jamás he visto nada tan bello como ella en ese momento. Su melena brillaba y sobre su cara se dibujaba en forma de sombras las hojas de los árboles que jugaban con la luz del sol. ¿Sabe que hicimos después soldado?
— No, señor.
— Recogimos todo, nos subimos en el coche, fuimos a la iglesia más cercana y nos casamos.
— No sabe cuánto me alegro por usted señor. ¿Por qué me ha contado esta historia?
— Mi esposa murió un año y medio más tarde de que nos casásemos muchacho, y con este, hace veintiséis años que no la veo. Antes preguntaste que a cuanto estaba mi hogar de este lugar, y yo te contesto que está a muchísimos kilómetros y que yo nunca habría podido llegar hasta aquí y menos acompañado. Efectivamente ni mi esposa ni yo estuvimos nunca aquí, este es territorio enemigo desde hace muchos años. La historia que te he contado sucedió exactamente igual solo que en otro lugar a unos cuantos cientos de quilómetros de nuestras respectivas casas. Pero soldado, piensa si sería posible que lo mismo que me ocurrió a mí en aquel árbol, le hubiese podido ocurrir a alguno de los nativos de esta zona en ese árbol de ahí en aquella época en la que lo único que había aquí era paz.
— Supongo que sí.
— Yo creo que sí. Soldado, cuando no te queda nada, lo mejor y lo único que puedes hacer es morir en paz. Y si no encuentras esa paz, la creas. Es posible que no obtengas nada a cambio, es posible que ni si quiera obtengas el gratificante sentimiento de saber que has hecho algo bien, pero aun así, debes actuar siempre correctamente. ¿Crees que estamos aquí principalmente para salvarles la vida a los nativos que están muriendo? Eso es caridad y una de las razones de por las que estamos aquí, pero no la principal. A mi parecer, la principal razón de estar hoy muriendo por gente que ni conocemos, es la de terminar con esta guerra para darle a los que vengan y vivan aquí en un futuro, la oportunidad de vivir una vida saboreando toda su belleza.

En ocasiones el dolor nubla nuestro juicio. En ocasiones el dolor se acentúa cuando descubres que por mucho que hagas, nadie ni nada te concederá un segundo de alivio. En ocasiones el dolor puede incluso llegar a hacer que no desees continuar. Pero aun así, siempre has de irte intentando dejar el mundo de la mejor forma posible dentro de lo que esté en tu mano.
¿Por qué crees que lucho?, ¿Por defender mi patria? Eso es lo que yo consigo hacer que creáis. ¿Quieres que te cuente un secreto muchacho?
— Por supuesto mi sargento.
— La vida me arrebató lo único que amaba en este mundo. Mientras me queden fuerzas, yo lucharé para que nada más que la vida pueda arrebatarle a alguien aquello a lo que ame>>

En ese momento Juliett se quedó pensativo, sin saber qué hacer, sin saber que decir y sin ganas de nada. Las palabras de Foxtrot resumían su vida y su forma de pensar, y aunque se alistó justamente para obtener el mismo fin que su sargento, Juliett no compartía su idea de obtener la paz que buscaba por medio de la violencia. Es cierto que en ocasiones la única forma de dejarles algo de paz a nuestros seres queridos, e incluso a aquellos que no conoces, es la acción, sin embargo, la vida para Juliett era demasiado bella como para ensuciarla de tal forma.
Ahora se encontraba ahí tirado, rodeado de arena mezclada con sangre, de casquillos de bala y de compañeros a los que ni conocía y por los que debía dar la vida. Todos asustados y rezando por no ser ellos los siguientes en morir. Deseando, todos, salir de esa improvisada trinchera que hizo alguna granada en algún momento.

Cuanto más miraba a su alrededor más se daba cuenta de que por mucho que lo intentaba no conseguía descubrir que hacía ahí. Tenía una mezcla de odio y de paz en su interior que no lograba dominar. En ocasiones no podía controlar la ira que le ocasionaba todo ese dolor almacenado y que tanto desgarraba su ser segundo a segundo. Cada cierto tiempo, alguna imagen de su pasado más doloroso resucitaba en su mente y le hundía hasta no tener fuerzas más que para hacer latir su corazón. En ocasiones, algo de su presente le evocaba algún recuerdo de su pasada y ya muerta vida, o simplemente, todo aquello que aún no había superado ganaba la batalla que libraba contra el mundo cada día. Cuando era ese sentimiento el que le dominaba, Juliett era el odio en persona. En esas situaciones daba igual quien intentase frenar sus actos, la vida le trataba como a un perro de presa entrenado para cazar y el cazaba odiando.


Otras veces, por el contrario, se hacía inmortal. Se volvía frio como el hielo y nada podía afectarle. Se dejaba dominar por la paz que en ciertas ocasiones se le presentaba. En esas situaciones llegaba a perdonar a todo aquel que le hizo daño, e incluso, se llegaba a perdonar a sí mismo. En esos momentos bajaba hasta el propio infierno si con eso conseguía ayudar a los demás. Se hacía mejor persona y conseguía obviar su pasado para poder volver a amar. No buscaba grandes cosas, cualquier cosa era digna de admiración y de ser querida.

En este momento Juliett se sentía a si mismo de ambas formas. Sin embargo, ahora, gracias en parte a las palabras de su sargento, ahora sabía que la única forma de obrar era la segunda por mucho que le dominase la primera. Ahora sabía que el dolor es algo de lo que nunca se podría separar, y que no debía dominarle. Que el error reside en no respetar la memoria de lo que murió, permitiendo que nuestro pesar se adueñe de nuestra frágil alma y la guíe a través del camino de la destrucción. Pues el mero hecho de atentar contra lo que un día fue sagrado para sí mismo, no constituía para Juliett más que una falta a todas esas promesas inmortales que un día formuló.
Le debía a toda esa belleza que en su día escribió su pasado, y a sí mismo, el simple hecho de no abandonar los renglones que formaban la historia de su vida. De no dejar de caminar y vivirla en toda su amplitud y profundidad. Degustando cada elemento que la formase y viviendo hasta que su rostro perdiese su fuerza y su cabello se tiñese del color de la nieve. De forma que cuando estuviese a punto de morir, cuando se encontrase a tan solo unos segundos de obtener la paz eterna, pudiese hacer un balance de su vida y saber que aunque la vivió solo desde que se perdió siendo un niño, vivió por dos amando tanto como el primer día. Que la vida que no pudo ser, la vivió aun suponiendo todo lo que suponía.

Ahora sabía que debía salir de ahí puesto que el seguir en esa situación era un error que no estaba dispuesto a cometer. Su vida ahora estaba en el campo, lejos de cualquier tipo
de civilización. Cualquier lugar en lo alto de alguna pequeña colina cerca del mar donde pudiese contemplar el infinito sin olvidar lo que le había salvado la vida, todo lo que amó. Debía salir de ahí y quería hacerlo cuanto antes y teniendo el mínimo contacto posible con el ejército al que servía.
Sin embargo, sabía que ninguno de sus superiores le dejaría marchar. Estaban en guerra y su obligación como ciudadano era la de servir a su patria. Solo los heridos podían dejar el campo de batalla.
En ese momento, giro la cabeza con intención de mirarle a los ojos al sargento que aún estaba sentado a su lado y le dijo:

<<Las flores muertas, todas y cada una de ellas, están y estarán siempre muertas. Y como simples flores que son, serán olvidadas. Y durante todo ese tiempo que aun permanezcan en nuestro recuerdo de tal forma, no serán las bellas flores que fueron, no, serán la ceniza negra, triste y muerta que son ahora. Y será así para siempre hasta que no cambiemos nosotros mismos y pasemos de verlas como flores muertas a flores dormidas. Será entonces cuando toda la luz que desprendían en el pasado resucite y vuelva para quedarse puesto que nunca se perdió. Cuando podamos vivir en paz sin llorar ni sangrar. Cuando podamos despedirnos sin dejar nada atrás.
Sargento, esa paz no se consigue aquí. Esa paz muere entre nosotros a cada paso que damos frente al enemigo. Esa paz muere cuando tenemos algún enemigo. Sargento, yo necesito huir y vivir en paz. Necesito morir solo, sin pecados y haciendo que los que me juzgan estén orgullosos de mí.
Necesito huir de cualquier civilización, y no quiero que al hacerlo se me considere un desertor. ¿Entiende sargento? Estoy dispuesto a pagar el precio que cuesta esa paz.>>

En ese momento Juliett se alzó lo suficiente como para comenzar a gatear sin que le viese el enemigo. Al verle hacer esto, el sargento se quedó pensativo intentando averiguar la intención de sus actos.

<<¿Dónde vas soldado?, ¿Quieres que te ayude?, ¿Quieres que sea yo quien lo haga?
—Gracias sargento, pero no. Si lo hago aquí lo único que conseguiré será convertirme en una carga para vosotros. Además, debo hacerlo yo pues es mi decisión — En ese momento Juliett miró a todos sus compañeros y extendió su mano hacia el sargento con intención de estrechar la suya, y acto seguido sonrió—. Cuando este cerca de las primeras líneas ahí apretaré el gatillo. Cuídense, fue todo un honor.>>

Esa fue la imagen que jamás pudo borrar de su mente el ya anciano soldado Juliett. Cada cierto tiempo acariciaba la herida que produjo aquella bala en su pierna. Herida que consiguió hacer que pudiese abandonar esa escena y que aun a día de hoy, muchos años más tarde, le seguía doliendo.
Ahí se encontraba él, en una mecedora, en el porche de madera blanca de su modesta casa en lo alto de una colina tal y como siempre deseó Contemplando la puesta de sol que dibujaba una preciosa estela naranja sobre el mar. Acariciando su cicatriz y con multitud de sentimientos en su corazón.

Con cierto aire de cansancio y plenitud se incorporó un poco, miro hacia su huerto, y contemplándolo cogió un lápiz y sobre una hoja de papel, que el mismo había creado, comenzó a escribir:

Querido tú.
Nos limitamos a alzarnos, andar, caer y volver a alzarnos. No nos paramos a observar. Perdemos demasiado tiempo organizando nuestras ajetreadas vidas. Pasamos ante todo pensando como evadirnos, como llegar a tocar la perfección. Somos la venda que ciega nuestros propios ojos. Nos lamentamos en exceso. Nos lamentamos, incluso, de lo que nosotros mismos nos causamos. No somos capaces de ver la verdadera esencia de cuanto nos rodea. Es el egoísmo, el que bajo nuestro consentimiento, nos hacer perder todo aquello que lloramos. Nos limitamos a vivir como espantapájaros, simplemente eso, vivir. No le damos valor a las ideas, ni a los sentimientos. Pasamos ante todo como pasajeros de un viaje. Hacemos que todo sea fugaz, perecedero. Cada minuto de nuestras vidas, cada momento ante la luz del sol, cada mirada, cada gesto, cada sonrisa, cada segundo cerca de los que amamos es la recompensa a todos nuestros esfuerzos. Nos esmeramos por descubrir, por hallar, por alcanzar la perfección. Damos por fracasados nuestros sueños, si no llegan donde quisiéramos. La perfección no existe, pero siempre se puede luchar por rozarla.
Solo nos damos cuenta de la verdadera importancia, del verdadero valor, del verdadero amor que le tenemos a las cosas, cuando las creemos perdidas. Es entonces cuando, directamente, nos lamentamos en lugar de tratar de entendernos los unos a los otros y luchar por lo que somos y por lo que nos hace ser. Somos nosotros, única y exclusivamente nosotros, los que tenemos el poder de ver la belleza que sin duda hay y que constantemente nos empeñamos en cubrir. Permitimos que nuestra mente tire del corazón, impidiendo así, el poder detenernos, el poder observar, el poder pensar.
¿Por qué amar?, ¿por qué reír?, ¿por qué sentir? Todo, al final, todo se reduce a un prójimo. Tener alguien en quien confiar, alguien con quien ser quien realmente eres, alguien con quien poder ser vulnerable. Alguien a quien mirar sin temor, alguien con quien hablar. Que aun sin quererlo, guie tus pasos. Que no necesite palabras, para poder oír un te necesito. Tener a quien deber sin saber cuánto. Alguien que consiga encontrar en tu felicidad, la suya. Tener a quien amar. Alguien en quien depositar todo, absolutamente todo lo que eres, y que a pesar de ello, no pase nada. Que en el fondo no quede nada, pero sin embargo siga estando ahí.

Ese es nuestro verdadero regalo y recompensa, es lo que nos hace humanos, es por lo que podemos y debemos luchar y es lo verdaderamente bello de la vida.